Las noches de desvelo

Juan 3.1-17 (RVC)
Foto: telegraph.co.uk

El tercer capítulo del Evangelio Según Juan es uno de gran importancia para la cristiandad.

Allí se encuentra contenido uno de los versos más conocidos de la Biblia en todos los tiempos; un verso reconocido aún por personas que no practican la fe cristiana.  El verso 16 fue el primer texto bíblico que aprendí de memoria. Me fue enseñado por mi maestro de primer grado, miembro activo de una de nuestras congregaciones presbiterianas en Puerto Rico, y a quien siempre le estaré agradecido:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.”

A mis 6 años de edad, yo no entendía mucho a qué se refiere eso de “perderse”. Tampoco comprendía qué realmente implica o significa eso de “dar a su Hijo unigénito”, pero sí tenía un concepto general del amor. Entendía que, así como mi papá y mi mamá me amaban, mi “Papá Celestial” también. No es de extrañar que a tan temprana edad, Juan 3.16, se convirtiera en “mi versículo bíblico favorito” (aún más que el Salmo 1 o el Salmo 23, los cuales aprendí poco después).

Con el pasar de los años, la educación y la maduración en la fe, el verso que comenzó a capturar más mi atención no era el 3.16, sino el siguiente (17):
“Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”

Esta frase ha venido a ser fundamental en mi vida personal, así como en mi ministerio como predicador: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar». Este verso me ayuda a mantenerme enfocado en el amor y la gracia de Dios en Jesucristo. «Evangelio» es buena noticia. ¡Hay tanto predicador(a) y “evangelista” obsesionado con “la condenación”! Y eso no es un problema solamente de pastores(as) y predicadores(as). Con frecuencia encuentro cristianos(as) que mantienen la condenación a flor de labios o en la punta de sus dedos. Sobre ese particular, en estos días vi que una persona hizo un interesante experimento en las redes sociales. La persona escribió la frase “Dios es amor.” Y en muy pocos minutos comenzaron a aparecer reacciones y contestaciones caracterizadas por un “sí, pero...”

“sí pero, tienes que hacer ____ o ____ ...”

“sí pero, también es fuego consumidor...”

“sí pero, Dios odia el pecado...” (parte de una frase que erróneamente muchos atribuyen a la Biblia, pero que en realidad no es parte del texto sagrado: eso de que “Dios ama al pecador pero odia el pecado”)

¡Son tantos los creyentes que no pueden tolerar una expresión o afirmación del amor absoluto de Dios! No pueden concebir en sus mentes que el amor divino no reclame pre-requisitos y condiciones. No pueden aceptar el amor incondicional del Padre Celestial, particularmente cuando se trata de aquellas otras personas a quienes rechazan y menosprecian por diversas razones. El verso 17 nos vuelve a recordar que «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar.»

Ahora bien, hemos de observar que estas expresiones del tercer capítulo de Juan ocurren en el contexto de una larga conversación. Se trata de un diálogo entre un importante líder religioso del partido de los fariseos y Jesús. La narración es profunda y rica en contenido. Pero ahora vamos a enfocarnos en considerar un sólo detalle: este señor, este importante fariseo, se acercó a Jesús en la noche.

Para quienes vivimos con los privilegios y ventajas que la sociedad industrializada nos provee, (por ejemplo, la energía eléctrica), se nos hace un tanto difícil comprender la magnitud de las implicaciones de la oscuridad de la noche. Vivimos asistidos por la luz artificial, especialmente en grandes ciudades como la nuestra, donde el exceso de iluminación nos impide contemplar la belleza del firmamento, ni experimentar total oscuridad.

Nicodemo vino donde Jesús en la noche.  Debemos recordar que Nicodemo era un prominente miembro del principal grupo opositor a Jesús. Así que la oscuridad de la noche le concedía un manto de discreción y secretividad. Ahora bien, ¿será por eso que Nicodemo va donde Jesús en la noche? He escuchado numerosos predicadores y escritores lanzar críticas contra Nicodemo “por esconderse”, “por su cobardía”, “por no querer que la gente lo viera juntándose con Jesús”. Pero lo cierto es que, todo eso, a fin de cuentas, son puras especulaciones. El narrador bíblico no indica la razón, simplemente notifica que fue de noche. ¿Qué tal si ese era el único tiempo que Nicodemo encontró en su agenda cargada o en la agenda cargada de Jesús? ¿Qué tal si la necesidad de Nicodemo para conversar con el Maestro de Nazaret era tan grande que no podía esperar hasta el otro día para buscarlo?

Ustedes y yo conocemos esas noches, las noches de desvelo, cuando la mente se queda agitada, pensando, repensando y dando vueltas por algún problema o situación adversa. Hay ocasiones en las que la ansiedad y la incertidumbre se agudizan en la noche. Hay veces en que los sentimientos de tristeza, soledad o frustración se agigantan con el silencio y la oscuridad de la noche. ¡Cuán largas pueden ser esas noches examinando posibles escenarios!:

“pude haber dicho tal o cual cosa”,

“si tan solo hubiera hecho esto o lo otro”,

“quizás si mañana pasa X o Y...”

En el lenguaje coloquial se ha adoptado una frase de un poema de San Juan de la Cruz, místico del Siglo 16, para referirse a esos momentos: “la noche oscura del alma.”

La noche de Nicodemo es para mí un recordatorio de que podemos acudir a Jesús aún en nuestras propias “noches oscuras del alma”;

... que cuando sentimos que no podemos elevarnos al cielo, descubriremos que es Jesús, “el Hijo del Hombre”, quien ha descendido (3.13) para encontrarnos, y acompañarnos;

... que el amor de Dios es más grande que los temores;

... que lejos de ser condenatoria, su presencia es salvadora;

... y que cuando pensamos que estamos ante un final, el Espíritu del Señor nos capacita para comenzar (“nacer”) de nuevo y “ver el reino de Dios.”

Soli Deo Gloria.

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