Colmado de bienes
“Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación. Cantaré al Señor, porque me ha colmado de bienes.”
Estas palabras provienen del Salmo 13, versos 5 y 6 en la traducción de La Biblia de Las Américas. El Salmo 13 no es desconocido para la cristiandad. Si llevamos tiempo en el camino cristiano, seguramente habremos escuchado alguna vez este poema que comienza con una serie de preguntas un tanto perturbadoras (v. 1): “¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” Desde hace muchos años este Salmo ha tenido particular significación para mí. Es un recordatorio de que la vida no es un camino de hermosas flores y bellas mariposas. Hay momentos felices y hermosos, ¡claro que sí! Pero también hay periodos de gran sufrimiento, dolor e incertidumbre –indistintamente de las creencias religiosas o la “cantidad” de fe que podamos tener. “¿Hasta cuándo, oh Señor?” es la pregunta que surge naturalmente cuando la vida nos golpea y nos sigue golpeando de múltiples maneras. Justo cuando pensamos que las circunstancias no pueden empeorar, la vida nos sorprende con su creatividad para agobiarnos un poco más. De ahí que lo único que adecuadamente pueda manifestar el sentimiento de angustia es un grito de “¡¿Hasta cuándo?!”
Cuando observamos cuidadosamente el Salmo 13, notamos que el autor no pretende ofrecer una respuesta mágica, ni brindar soluciones rápidas que milagrosamente hagan desaparecer aquello que le aqueja, sino que, habiendo presentado su caso ante Dios, decide en qué concentrará su atención: su foco no permanecerá en el dilema, sino en el acompañamiento divino en medio de sus complicadas circunstancias. Sus inquietudes no son eliminadas ni negadas, sino que trae a su consideración el favor divino que le sostiene y le fortalece al atravesar el tiempo difícil. La tristeza no será eterna, asegura convencido: “mi corazón se regocijará en tu salvación”. Lo que le espera no es una alegría superficial y pasajera, sino un profundo sentido de felicidad plena.
Por lo hasta aquí expresado, el Salmo 13 es para mí fuente de inspiración, particularmente en momentos de gran pesar. No obstante, al releerlo hoy, hubo una frase que acaparó mi atención: “Cantaré al Señor, porque me ha colmado de bienes” (v. 6). La expresión “colmado de bienes” implica abundancia, plenitud, saciedad. Si ustedes han seguido mis publicaciones y sermones en los pasados años, se habrán percatado que mi relación con los “bienes” ha ido cambiando paulatinamente. (Sobre ello pueden leer mi reflexión Aligerando el equipaje) Como cualquier otra persona, mi programación social es el resultado del bombardeo mediático de que “más es mejor”. Por eso nos esforzamos tanto en tener los recursos financieros que aseguren nuestro poder adquisitivo. Por eso hay padres y madres que le dan a su prole todo cuánto piden, “que no les falte nada, para que no carezcan de las cosas que no tuvimos en nuestros tiempos.” Por eso nos acostumbramos a vivir endeudándonos hasta los dientes. Por eso ocurren las estampidas humanas en los comercios durante el “viernes negro”... Y así seguimos en ese torbellino de adquirir y acumular, y acumular, y acumular, y seguir acumulando cosas, y acumular un poco más.
Durante todo este tiempo he ido poco a poco incursionando en la filosofía del minimalismo, que no es otra cosa que deshacerse de todo aquello que es innecesario, y que no ayuda al desarrollo de la vida para la cuál fuimos creados. Ya he perdido la cuenta de la cantidad de cosas que he donado, regalado, o simplemente desecho –no vale la pena contabilizarlo, particularmente por el sentido de alivio que produce “soltar el lastre” de la acumulación. En este camino he (re)aprendido que las cosas que realmente importan, no son “cosas”, no son tangibles, no son “bienes” en el sentido usual de la palabra. Cuando el salmista dice “el Señor... me ha colmado de bienes” no está hablando de grandes casas, lujosos autos, dinero, armarios repletos de ropa, relojes, colecciones o memorabilia. Los bienes más importantes en la vida no se pueden cuantificar en dólares y centavos. La satisfacción de dormir con la conciencia limpia; la buena relación con los seres amados; la esperanza y la convicción de la llegada del reino de Dios; el deleite en el canto de las aves que vuelan en libertad; el disfrute de la hermosura de una flor silvestre; la alegría de ayudar y servir; vivir en un espíritu de conformidad y gratitud: todos esos son ejemplos de bienes de valor incalculable.
Enfoquemos nuestra mente para apreciar los bienes con los que Dios nos ha colmado. Abramos nuestro corazón para percibir aquello que realmente importa en la vida. En medio de las circunstancias que nos hacen preguntar “¿Hasta cuándo?”, aprendamos, como el salmista, a “cantar al Señor que nos ha colmado de bienes.”
Soli Deo Gloria.
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