Evidencia del amor

Génesis 29.15-28, RVC

Hoy continuamos nuestra travesía por la historia de Jacob (las dos reflexiones previas pueden ser leídas aquí y aquí). Recordemos que el nombre “Jacob”, por la semejanza del sonido, es relacionado con el verbo hebreo que significa “hacer trampa” o “suplantar”. En los capítulos 25 y 27 de Génesis observamos a Jacob haciendo gala de su nombre: haciendo trampas y suplantando a su hermano para quedarse con los derechos de la primogenitura. 

La presente narración nos muestra a Jacob entrando en contacto con su tío Labán, con quien también tendría una relación accidentada y marcada por las trampas y los engaños. No voy a entrar en los detalles de la trama. Me limito a decir que el tramposo fue víctima de una trampa por parte de su tío, quien aparentemente tenía más experiencia y sagacidad en esto de timar a la gente.

Vale señalar que se trata de una narración muy antigua, que refleja los valores de sociedades nómadas patriarcales y polígamas, y no vamos aquí a juzgar sus tradiciones según los criterios de la sociedad occidental del Siglo 21. Era costumbre para un pretendiente ofrecer un pago o compensación al padre de la novia. Así que, como condición para casarse con Raquel (hija de Labán), Jacob tuvo que trabajar para su futuro suegro durante siete años. 

La trama se complica más adelante, pero –más allá de los enredos de esta historia– hay un comentario en la narración que quiero acentuar: “Así fue como Jacob trabajó siete años por Raquel; pero le parecieron unos cuantos días, porque la amaba” (Génesis 29.20). No uno, no tres ni cinco, sino ¡siete! Fueron siete años de ardua labor, no en la comodidad de una oficina con aire acondicionado y los beneficios de la tecnología moderna, sino en el campo, con los percances propios de quien cuida rebaños de ovejas. Un importante detalle para tener en cuenta es que Jacob no era un hombre de experiencia en el campo, como su hermano Esaú. Jacob se crió como lo que en nuestro tiempo algunos llamarían despectivamente un “mama’s boy” – cosa que añade peso a las penurias, desafíos y ajustes que Jacob tuvo que enfrentar durante esos siete largos años.

Leamos nuevamente la observación: “Así fue como Jacob trabajó siete años por Raquel; pero le parecieron unos cuantos días, porque la amaba.

En una historia caracterizada por las intrigas, engaños y trampas, encontramos aquí un destello de virtud que nos debe inspirar a reflexionar: Cuando se ama, lo que se hace por la persona amada no se considera como una pesada carga. El amor genuino se manifiesta en gozosa dedicación, entrega y desprendimiento. Quien vive ensimismado, contabilizando sus “obligaciones” y considerándolas como “sacrificios” se pierde la bendición de ese amor que hace que todo lo demás valga la pena. El amor verdadero se da por completo, no se limita ni se calcula. 

Ahora bien, si un tipo como Jacob fue capaz de semejante compromiso por el ser amado, ¡cuánto más el amor de Dios! Bien lo testifican las reconocidas palabras del Evangelio Según Juan: “…de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado…” (3.16). Queda entonces, para nuestra consideración, lo siguiente: ¿Qué estamos dispuestos a dar o hacer por amor? ¿De qué maneras nuestras acciones concretas son y serán evidencia del amor verdadero?

Soli Deo Gloria.

(Decimoséptimo domingo del tiempo ordinario)


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