Date cuenta
Génesis 28:10-19 RVC
Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.» (Génesis 28:16)
Recientemente estaba leyendo un libro donde el autor utilizó la frase “gigantes de la fe” para referirse a los personajes bíblicos. Como comenté en un ensayo anterior [La tiranía de lo inmediato], me resisto a utilizar expresiones como “héroes de la Biblia” para identificar sus personajes: en primer lugar, porque este tipo de expresión empaña el hecho de que se trataba de gente como cualquiera de nosotros; y, en segundo lugar, porque sus acciones (como en el caso de Jacob) distan mucho de ser ejemplos de integridad.
La narración que hoy nos ocupa presenta a Jacob huyendo de su hermano Esaú, luego de haber concretado una artimaña que lo despojó de sus derechos como primogénito. Lo que parecía ser una movida sagaz de su parte, tuvo como consecuencia el quebrantamiento de la familia. Jacob (“el suplantador”) logró su objetivo de obtener la “bendición” de la primogenitura, pero, por lo que leemos en el resto de los capítulos dedicados a su historia, sus relaciones interpersonales y familiares estaban lejos de ser una experiencia feliz.
La compasión divina va más allá de nuestros traspiés y malas decisiones, cosa que queda evidenciada en la aparición de Dios a Jacob en medio de su sueño (vv. 12-15). La visión de la escalera que conectaba el cielo y la tierra y la voz divina afirmando la promesa de bendición para Jacob viene a ser una metáfora de la incomprensible gracia que Dios nos ofrece más allá de nuestras virtudes y defectos. Y aquí quiero resaltar el término “incomprensible” por la simple razón de que los amores humanos están usualmente condicionados por los méritos, la reciprocidad o el interés. No obstante, las Escrituras Sagradas evidencian una y otra vez que el amor divino juega con reglas que desafían nuestro sentido común.
Mucho más pudiera escribirse sobre los símbolos del sueño de Jacob y sobre las dinámicas familiares que lo llevaron a convertirse en prófugo de su propio hermano. Sin embargo, quiero enfocar nuestra atención en la reacción de Jacob al despertar. Indica el verso 16 que Jacob dijo: “Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía”.
La frase “y yo no lo sabía” amerita un comentario sobre el estado de nuestra conciencia en la vida cotidiana. ¡Cuánto nos perdemos al no estar alertas y conscientes de nuestro entorno! Vivimos a toda prisa sin pausar para procesar lo que estamos experimentando. La sobrecarga de nuestras agendas y la velocidad de los acontecimientos nos arrastran como un río crecido y alocado donde no hay lugar para la serenidad, la calma y la reflexión. Llevamos una vida automatizada donde no hay oportunidad natural para la atención plena, o como se le llama en algunos círculos, el “mindfulness”. Según indican varios estudiosos de la comunicación, la capacidad de atención del ser humano es cada vez más limitada. Vivimos en un contexto donde los medios sociales y publicitarios libran una batalla sin precedentes para captar nuestra (muy corta) atención. Los servicios “gratuitos” que ofrecen las plataformas como Facebook, Instagram y similares, no son tan “gratuitos” como creemos. Grandes corporaciones están pagando enormes sumas de dinero para mantener nuestra atención cautiva mientras nos bombardean con mensajes implícitos y explícitos que nos llevan a gastar nuestros pocos recursos en cosas que no necesitamos. Y así seguimos desplazándonos de pantalla en pantalla — con un click del mouse en la computadora o con el dedo en el “smartphone” — atendiéndolo todo sin atender nada. ¡Ojalá podamos romper las cadenas de la vida acelerada y estresante para prestar atención plena a lo que es realmente importante y valioso!
Al despertar de su sueño, Jacob identificó aquel lugar como “casa de Dios y puerta del cielo” (v. 17). Habiendo crecido en el contexto de la iglesia cristiana, desde que tengo memoria recuerdo haber escuchado esta expresión para referirse principalmente al templo: el edificio era identificado como la “casa de Dios”. Es interesante observar que la experiencia de Jacob no ocurre en un templo luego de varios rituales, luego de repetidas oraciones, ni luego de pasar horas en un lugar con pantallas gigantes, efectos especiales de luces y humo, con ojos cerrados y manos levantadas al ritmo hipnótico de una banda que entona canciones de “alabanza y adoración”. Dios sale al encuentro de Jacob en el momento de su fracaso familiar, en medio de su huida, en un lugar solitario y carente de toda comodidad. Allí Dios le dice “Date cuenta de que yo estoy contigo” (28:15). Dios se hace presente en el lugar menos esperado; se hace presente en medio del miedo y el cansancio; se hace presente en el corazón de la incertidumbre y la ansiedad; se hace presente en el llanto y el dolor; se hace presente en el rostro enjuto de quien nos pide ayuda en su necesidad. Cualquier lugar, tiempo y circunstancia puede convertirse en “casa de Dios y puerta del cielo” si pausamos y prestamos atención plena.
“Date cuenta de que yo estoy contigo” son palabras oportunas que hoy podemos atesorar.
Soli Deo Gloria.
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Crédito por la ilustración: “Dream of Wonder” por Lisle Gwynn Garrity https://sanctifiedart.org/poster-prints/dreamofwonder
(Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A)
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