La tiranía de lo inmediato


 Génesis 25:27-34, RVC

“Entonces Jacob le dio a Esaú pan y el guiso de lentejas, y Esaú comió y bebió; luego se levantó y se fue. Así fue como Esaú menospreció la primogenitura.” (Génesis 25:34)

Las Escrituras Sagradas están repletas de historias que retratan la experiencia humana con toda la variedad de sus manifestaciones. En algunos círculos religiosos se utiliza la expresión “héroes de la Biblia” para referirse a muchos de sus personajes. Sin embargo, esta manera de identificarles suele distanciarnos del hecho de que se trataba de gente como cualquiera de nosotros, con más momentos “normales” que hazañas “heroicas”. 

La narración que hoy nos ocupa es tan solo un episodio en una saga mayor: la historia de los hijos de Isaac (Génesis 25.19). Uno de ellos se llamaba “Esaú”, el cual gozaba de ciertos derechos reservados para el primogénito (el primero en nacer). El otro se llamaba “Jacob”, quien eventualmente sería conocido como “Israel”, el patriarca del pueblo hebreo. Los nombres en las narraciones bíblicas juegan un papel importante, ya que muchas veces reflejan algún aspecto de la personalidad o el carácter del individuo. “Jacob” quiere decir “el que toma por el talón” o “el suplantador” — algo que repetidas veces se manifiesta en este capítulo y los siguientes. 

Aquí observamos a Esaú, regresando muy cansado y hambriento luego de un día en el campo encontrarse con Jacob, quien recientemente había preparado un guiso. Jacob aprovechó la oportunidad para requerir de Esaú algo que desde nuestra distancia histórica nos pudiese parecer absurdo: su primogenitura a cambio de un pedazo de pan y un plato de lentejas. Esaú accedió sin ponderar las consecuencias, cosa que, como veremos en capítulos siguientes, le costó muy caro, no solo a él, sino a toda su familia y también a las generaciones siguientes.

Muchas lecciones pueden surgir de este acontecimiento, pero hay una que particularmente llama mi atención: el intercambio de lo que es valioso, por aquello que no lo es (aunque lo parezca). Tomar decisiones a la ligera, sin considerar los posibles escenarios a corto y largo plazo, es algo que constantemente nos mete en problemas. El mundo actual nos lleva a vivir a toda prisa, de forma superficial, sin ponderar resultados, obrando de forma reactiva más que de forma proactiva. ¿Podía sobrevivir Esaú si no comía el guiso de lentejas? Con toda seguridad sí, pero el deseo de atajar su hambre al instante pudo más que la sensatez de esperar un poco y retener aquello que era más importante: la primogenitura, es decir, sus derechos como hijo mayor.

Nuestra sociedad de consumo nos enseña, o más bien, nos condiciona a creer que nuestros deseos son necesidades y nos acostumbra a la gratificación inmediata. La paciencia y el buen juicio son virtudes que van quedando en desuso en tiempos en que la mayoría de las situaciones se atienden con un “click” de la computadora o del teléfono “inteligente”. La prisa se convierte en un factor tiránico cuyos efectos son cada vez más agobiantes y perjudiciales a la paz mental y el bienestar integral. Por eso es menester pausar, considerar opciones, poner en balanza posibles resultados y ponderar lo que es realmente importante y valioso versus aquello que parece importante, pero a la larga no lo es. No cometamos el mismo error que Esaú, quien cayó en la trampa del “suplantador”. Dejemos atrás la tiranía de lo inmediato, rompamos las cadenas de la superficialidad, y demos paso al discernimiento del Espíritu de Dios que nos conduce a una vida sensata, libre y plena.

Soli Deo Gloria.



(Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A)

Créditos de la imagen: www.walpaperbetter.com

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