Profesionales del (des)ánimo


«...el que haya recibido el don de animar a otros, que se dedique a animarlos.»  (Romanos 12.8 DHH)

¿Te has encontrado alguna vez con un profesional del desánimo? Estoy seguro que sí. Los profesionales del desánimo son esas personas que a todo le añaden un “pero”. Tienen la crítica en la punta de la lengua. Miran el “vaso medio vacío, en lugar de verlo medio lleno”. Son pesimistas que se especializan en trasmitir ese pesimismo a diestra y siniestra. Cuando ven a alguien trabajando y esforzándose por una causa, no tardan mucho en hacerle un señalamiento de “cómo es que se debe hacer” (claro está, ellos/as saben). Son, decía mi bisabuela, “como el perro del hortelano, que no come ni deja comer”. Son los que critican al deportista que ganó una medalla de plata, porque no ganó la medalla de oro. Son los que nunca están conformes. Son los que no agradecen. Son los que desangran las energías de quienes quieren y se esfuerzan por un mundo mejor.   Por eso les llamo profesionales, pues consciente o inconscientemente hacen del desánimo su profesión.

Ciertamente me da lástima de quienes caen en la trampa de intentar complacer a los profesionales del desánimo, pues terminarán por consumirse en ansiedad y frustración.  Mi mejor consejo: no les hagas caso.  No les prestes atención. No permitas que sus comentarios aniden en tu mente.  Utiliza tu mente para albergar pensamientos que valgan la pena.  Hay muchas otras personas que te necesitan y aprecian tu aportación al bien común.

Los profesionales del desánimo se encuentran presentes en toda institución y organización civil, religiosa, política, educativa, pública o privada.  Incluso, es posible que tú (o yo) mismo hayas asumido en ocasiones el rol del profesional del desánimo.  Si ese es el caso, es imprescindible, por el bien de la humanidad, que hagamos un alto y renunciemos a ese rol.  Por el contrario, debemos esforzarnos en cultivar el don de animar a otras personas.  Me fascina el hecho de que el apóstol Pablo, en su carta a la iglesia cristiana de Roma (Siglo I e.c.), le llame «don» o «carisma», dando a entender el origen divino/espiritual de la actitud de quien se dedica a animar a las demás.  Los dones/carismas son regalos del Creador para que los desarrollemos y los cultivemos.

Nuestro mundo está lleno de malas noticias, nuestra comunidad sufre el impacto constante de circunstancias complejas, dolorosas y frustrantes.  No seamos nosotros parte del problema.  No seamos nosostros quienes le añadamos cargas a las personas que se sienten agobiadas.  Cambiemos de profesión: seamos profesionales del ánimo.  De esta manera estaremos haciendo una importante contribución a la calidad de vida en nuestro entorno.  Una palabra de aliento puede obrar milagros en las personas que la reciben. Seamos nosotros quienes demos esa palabra.

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