Me quito el sombrero

«... con el juicio con que ustedes juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, serán medidos. ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo?» (Mateo 7.2-3 RVC)
No ha dejado de asombrarme la cantidad de “atletas de sofá” que desde ayer (6 de agosto) han estado opinando sobre lo que Javier Culson "debió" hacer para ganar la medalla de oro en lugar de la medalla de bronce en su carrera en las Olimpiadas Londres/2012. Me resulta espantoso el carácter de las personas que sólo se dedican a opinar (particularmente con críticas y juicios injustos) sobre lo que otros hacen y logran. Esa maldita tendencia a decir a otros(as) cómo deben hacer lo que deben hacer, es algo de mal gusto, particularmente cuando quienes opinan no tienen ni la preparación ni la experiencia para opinar. Desde las gradas cualquiera es “experto” en atletismo, fútbol, baloncesto, natación... Pero abajo en el campo, en la cancha, en la pista, en el ring, es donde realmente se hace el trabajo. 

El sacrificio, la dedicación, el esfuerzo de los atletas -ya sea que ganen alguna medalla, o que lleguen en último lugar- para mí es digno de admiración y respeto, particularmente cuando muchos de esos atletas no cuentan con la infraestructura de una ciudad/país que invierta en proveer las condiciones necesarias para promover las disciplinas deportivas. Cada medalla -sea oro, plata o bronce- tiene su mérito especial. De igual manera, el sólo hecho de superar los obstáculos y carencias existentes para ir a competir es algo muy digno de alabanza y encomio. Me quito el sombrero (y, sí, yo uso sombrero) ante todas aquellas personas que, en lugar de escoger la vía fácil, escogen el camino del sacrificio, el arduo trabajo, la dedicación y el esfuerzo.  De igual manera me quito el sombrero ante las personas que tienen la nobleza, el honor y la madurez para ayudar, alentar, animar y agradecer a otras en sus respectivas jornadas vocacionales.

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