Para su bien

(c) Chris Peters 2009
No se trataba de un viaje para vacacionar.  Se trataba de una deportación, la medida que solían utilizar los imperios antiguos para la asimilación de las tierras conquistadas.  En este caso, Nabucodonozor, el rey de Babilonia, había deportado habitantes de Judá para hacer lo propio.  Lejos de su tierra, en un lugar extraño, con el dolor de haber visto su amada ciudad en ruinas, con el templo de Jerusalén - símbolo de la presencia divina - hecho pedazos... difícilmente sean condiciones que se puedan considerar como gratas o propicias.  Toda aquella persona que haya tenido que dejar su lugar de origen en circunstancias imprevistas conoce la sensación de vacío y luto que en momentos dados puede monopolizar el estado de ánimo.

Las Escrituras de Israel contienen muchas reflexiones sobre lo acontecido en el tiempo de la deportación a Babilonia.  El pensamiento teológico fue particularmente fecundo durante dicho periodo. ¿Por qué ocurrió? ¿Dónde estaba Dios? ¿Castigo? ¿Prueba? ¿Consecuencia? Estas y muchas otras preguntas inundaron la mente del pueblo exiliado.  Las respuestas fueron igualmente diversas.  Lo cierto es que las experiencias humanas son tan complejas que no se pueden (ni se deben) encerrar en conceptos estrechos y simplistas. La mayor parte de la vida se compone de tonalidades grises: no todo es blanco o negro.

Una de esas reflexiones de Israel, contenidas en los escritos de Jeremías, llamó mucho mi atención al leerla recientemente.  El texto en cuestión es parte de un discurso profético a los deportados:
«Como a estos higos buenos, así miraré a los deportados de Judá, a los cuáles eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para su bien» (Jeremías 24.5 RV95).
No pretendo de ninguna manera hacer una declaración categórica que identifique como "bueno" todo lo "malo" que nos ocurre en la vida.  Hacer eso sería rayar en arrogancia de frente a la complejidad de las dinámicas existenciales.  No obstante, la expresión profética en este pasaje bíblico, reta mi razonamiento: es una invitación a hacer la paz con el hecho de que ocurren cosas inesperadas, desagradables, lamentables, dolorosas y tristes (la lista de adjetivos puede ser mucho más extensa).  Pero esas circunstancias muy bien pudiesen convertirse en experiencias de aprendizaje, e incluso, en experiencias de bendición (por absurdo que esto le pueda parecer al "sentido común").

En una reflexión similar, el apóstol Pablo escribió que a quienes «aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien» (Romanos 8.28 RV95).  No significa esto que todas las cosas salen bien, sino que «cooperan para el bien de...», como reza otra traducción del texto.  Si la experiencia que se enfrenta, ayuda a uno a ser más fuerte, más resistente, más empático, más humilde, más solidario, más integro... se puede entonces ver esa experiencia desde la óptica planteada por Jeremías.  El reto que enfrentamos de cara a las contrariedades de la vida, es que en lugar de fragmentar nuestro carácter, las experiencias nos lleven a madurar y ser mejores seres humanos.  El acero se forja entre altas temperaturas y fuertes golpes.

Que el Eterno nos conceda paz interior en nuestros respectivos procesos.  Amén.

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