Una carta abierta a presbiterianos(as) de habla hispana


De frente a acontecimientos actuales en nuestra denominación Presbyterian Church (USA), me veo en la necesidad de escribir. Pero antes de abundar en el tema, quisiera compartir algunos datos de mi trasfondo, para beneficio de aquellas personas que no me conocen.

Hace poco más de un año que soy miembro del Presbiterio Florida Tropical. Presbiteriano desde mi cuna, antes de llegar a la Florida fui miembro del Presbiterio de San Juan (en Puerto Rico), por el cuál fui ordenado en 1996, y en el cuál ocupé diversos cargos de servicio, entre ellos, laboré como Secretario Permanente durante dos términos (6 años). He participado en diversos procesos denominacionales a nivel local, presbiterial, sinodal y Asamblea General. Fui parte del Comité de la 219 Asamblea General para la revisión de la Forma de Gobierno (Form of Government Revision Committee) y participé como miembro de la Comisión de Concilios Medios (Mid-Council Commission o MCC), un equipo de trabajo encargado de escuchar a la Iglesia en general, analizar la organización denominacional (a nivel de presbiterios y sínodos) y recomendaciones a la 220 Asamblea General posibles cambios estructurales para los retos del Siglo 21. En el área educativa presbiteriana, serví como profesor de cursos de Introducción al Antiguo y Nuevo Testamento en la escuela laical del Presbiterio de San Juan, y serví también como profesor visitante del Seminario Evangélico de Puerto Rico para los cursos de Teología y Política de la Iglesia Presbiteriana (EUA). He servido en el ministerio pastoral parroquial ininterrumpidamente por los pasados 16 años. En resumen, conozco la Iglesia Presbiteriana (EUA) – Presbyterian Church (USA) (de aquí en adelante “PCUSA”) en teoría y práctica, desde los niveles organizativos más amplios así como desde “las trincheras”: la congregación local donde día tras día la Iglesia lleva a cabo la misión cristiana.

En años recientes ha estado ocurriendo la salida de diversas congregaciones de nuestra denominación. Nuestro Presbiterio (Florida Tropical) ha sufrido la salida de cerca de una decena de congregaciones, con varias más considerando salir en un futuro cercano. Entre las razones que he escuchado repetidas veces para dejar la Iglesia Presbiteriana (EUA), se encuentran:
  • el alegado abandono de la “autoridad bíblica” por parte de la denominación;
  • la eliminación de la llamada cláusula de “fidelidad y castidad” previamente contenida en la Forma de Gobierno (G-6.0106b);
  • otras razones de menor difusión (por ejemplo, escuché a alguien decir que “la PCUSA no cree que Jesucristo sea el Señor”).
Procedo, pues, a comentarlas en el mismo orden en que aquí las enumero.

En relación al alegado abandono de la “autoridad bíblica” quiero compartir algo de orientación sobre la manera en que se leen e interpretan las Escrituras en nuestra denominación. En términos generales, gente en la cristiandad y aún fuera de ella, entienden que las Santas Escrituras (la Biblia) son un libro de hechos inerrantes, verbalmente inspirados. Este es un modelo de interpretación bíblica fundamentalista, literalista que asume que todo el contenido de los escritos bíblicos puede ser aplicado indiscriminadamente sin tomar en consideración factores como las épocas, los contextos y las culturas de los pueblos en los cuáles se originaron. Este modelo es el que muchos utilizan para aplicar en la América del Siglo 21 leyes particulares de los pueblos y culturas del oriente medio de 2,000 a 3,000 años atrás. Ese modelo, también conocido como de la “inerrancia” o “infalibilidad” asume que los escritos bíblicos son exactos hasta en sus planteamientos relacionados con las ciencias naturales (por ejemplo, que el mundo tiene poco más de 6,000 años y fue creado en seis días). Ese modelo de interpretación bíblica literalista fue descartado por nuestra denominación en el año 1927, hace más de 80 años. Es un modelo de interpretación bíblica que no hace justicia al mensaje y propósito global de las Santas Escrituras. Si nuestra Iglesia estuviese funcionando bajo ese modelo literalista, estaríamos promoviendo la esclavitud y las mujeres no podrían tener una participación plena en la vida de la Iglesia (¡ni siquiera podrían hablar!).1

¿Quiere decir esto que en nuestra Iglesia no se respeta la autoridad bíblica? ¡De ninguna manera! Por el contrario, porque entendemos que las Escrituras son el testimonio sin igual de Jesucristo, la Palabra encarnada de Dios, es que nos acercamos a las Escrituras con reverencia y respeto, estudiándolas con profunda seriedad y devoción (véase la Confesión de 1967, secciones 9.27 a 9.30 del Libro de confesiones). Más aún, la lectura y proclamación de la Palabra de Dios contenida en las Santas Escrituras son el momento cumbre, central, en la experiencia de adoración comunitaria. Como parte de las preguntas constitucionales, aquellas personas que son ordenadas e instaladas a los oficios de anciano(a) docente (ministerio de la Palabra y los sacramentos), anciano(a) gobernante (ministerio discernimiento y gobierno), y diácono/diaconisa (ministerio de compasión y servicio), reafirman su aceptación de las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento para ser por el Espíritu Santo, el testimonio único y autoritativo de Jesucristo en la Iglesia universal y palabra de Dios para ellas (véase El libro de orden, W-4.4003b).

En relación a la eliminación de la llamada cláusula de “fidelidad y castidad” previamente contenida en la Forma de Gobierno (G-6.0106b), también me parece indispensable comentar. No voy a esgrimir aquí argumentos en favor o en contra de la homosexualidad como una orientación natural ni como una conducta deplorable. Eso es materia que amerita un trato especializado que en este ensayo no puedo brindar. “Pecado” o “no-pecado”, lo cierto es que a la luz de las enseñanzas de las Escrituras y de nuestra tradición teológica, todos los seres humanos somos pecadores necesitados de la gracia de Dios para nuestra salvación. Afirmamos nuestra dependencia exclusiva en la gracia de Dios, no en las acciones humanas (véase Efesios 2.1-10). El asunto particular que ahora nos ocupa es el de la ordenación a los oficios de anciano(a) docente, anciano(a) gobernante y diácono/diaconisa en la PCUSA. Me encantaría poder elaborar aquí toda una teología de la ordenación en la PCUSA, pero eso es algo que por limitaciones de tiempo ahora no puedo hacer. Les remito, entonces, a un excelente recurso titulado: What do Presbyterians believe about ordination? What does it mean to be ordained? por J. Frederick Holper. Ahora bien, lo que quiero puntualizar en este ensayo es de carácter pragmático: en la PCUSA los presbiterios son los que aprueban la ordenación de personas al ministerio de la palabra y los sacramentos (ancianos/as docentes) y las congregaciones/consistorios son los que aprueban la ordenación de personas a los oficios de anciano(a) gobernante y diácono/diaconisa. Cada uno de estos concilios conoce y examina a cada candidato(a) para determinar si son aptos para el ministerio particular. Ni los sínodos ni la Asamblea General tienen la facultad de ordenar e instalar personas a los diversos ministerios de la Iglesia. Hay quienes interpretan la eliminación de G-6.0106b como “mandato” denominacional para la ordenación de miembros homosexuales. Lo cierto es que esto no constituye un mandato para la ordenación de personas homosexuales ni heterosexuales. Es decir, la orientación sexual de una persona no es lo que le capacita para servir. En la práctica, el texto contenido en G-6.0106b estaba privilegiando la actividad sexual de la persona sobre otras consideraciones de mucha mayor importancia y peso. Es importante notar que G-60106b fue aprobado por el voto mayoritario de la Iglesia en 1996. De igual manera, por el voto mayoritario de la Iglesia, fue sustituido en 2011, siguiendo los mismos principios de gobierno y discernimiento colectivo. El texto actual lee como sigue:

G-2.0104 “Dones y requisitos”

a. A las personas llamadas a ejercer funciones especiales en la iglesia —diáconos/diaconisas, ancianos/ancianas gobernantes, y ancianos/ancianas docentes— Dios les da dones adecuados para sus variados deberes. Además de poseer los dones y las habilidades necesarias, quienes asumen ministerios particulares deberán ser personas de una fe sólida, discípulos y discípulas dedicadas, y que amen a Jesucristo como su Señor y Salvador. Su estilo de vida deberá ser una demostración del evangelio cristiano en la iglesia y en el mundo. Deberán tener la aprobación del pueblo de Dios y el juicio concurrente de un concilio de la iglesia.

b. Los parámetros de ordenación reflejan el deseo de la iglesia de someterse gozosamente al Señorío de Jesucristo en todos los aspectos de la vida (F-1.02). El concilio responsable de la ordenación y/o instalación (G.2.0240; G-2-0607; G-30306) examinará el llamado , los dones, la preparación y la idoneidad de cada candidato(a), para las responsabilidades del ministerio ordenado. El examen incluirá, pero no se limita a, la determinación de la capacidad del candidato(a) y su compromiso para cumplir todos los requisitos expresados en las preguntas constitucionales de ordenación e instalación (W-4.4003). Los concilios se guiarán por las Escrituras y las confesiones al aplicar los parámetros a los candidatos y las candidatas.

Algo que he observado consistentemente es que muchas personas que hablan y opinan sobre lo que la PCUSA aprueba o desaprueba, lo que dice o no dice la constitución, generalmente basan sus opiniones en rumores e interpretaciones de terceras personas. Mi consejo a todo presbiteriano(a) es que se familiarice, primeramente con las Escrituras, y luego con la Constitución de nuestra Iglesia – su teología contenida en El libro de confesiones y sus principios de organización contenidos en El libro de orden.

En relación a otras alegadas razones para dejar la PCUSA, me circunscribo a decir que lo que hasta ahora he escuchado no son más que opiniones que no pueden ser argumentadas con documentación oficial. Se trata de acusaciones que simplemente no sobreviven un escrutinio riguroso y crítico de cara a las Santas Escrituras, y a la Constitución de nuestra Iglesia.

Los presbiterianos(as) no siempre vamos a estar de acuerdo en todas las cosas. De hecho, ningún grupo compuesto por seres humanos lo está. No obstante, nuestra Iglesia cuenta con una tradición teológica y organizativa que nos faculta y provee el espacio para trabajar juntos en medio de la diversidad, afirmando la fidelidad al evangelio que nuestro Señor Jesucristo predicó y practicó.

Soli Deo Gloria.

† † †

1 Para abundar en el tema recomiendo el estudio del documento: Presbyterian Understanding and Use of Holy Scripture”.

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