Water cooler gossip

Éxodo 16.1-15

Esta porción de la historia sobre el Éxodo de Israel en el desierto, a pesar de ser tan antigua, a la vez resulta ser muy contemporánea.  Cualquiera que haya trabajado en instituciones (voluntarias o salariales) se puede identificar con lo que allí se cuenta.  La narración viene a ser un espejo de la conducta humana en contextos organizacionales.

Según el texto bíblico, el naciente pueblo hebreo, libertado de la esclavitud en Egipto por medio de actos portentosos divinos, se encontraba en una travesía hacia “la tierra prometida”, la “tierra que fluye leche y miel”.  El asunto se complica por el hecho de que la travesía es por medio de un desierto y, como bien sabemos, el desierto es un lugar inhóspito para la vida humana, particularmente tratándose de una caravana colectiva tan grande.  No había pasado mucho tiempo cuando la gente comenzó a murmurar en contra de su liderato (es decir, Moisés y Aarón).

Algo que llama mi atención en la narración es que expone en varias ocasiones el asunto de la murmuración (versos 2, 7, 8, 9, y 12).  La Real Academia Española de la Lengua define murmuración como “Conversación en perjuicio de un ausente”.  Interesante concepto: el daño se hace a “un ausente”.  Hay quienes disfrazan sus conversaciones bajo la etiqueta de “crítica constructiva”, pero tratándose de una comunicación que no va dirigida por los canales apropiados ni cuentan con la participación de la persona(s) directamente implicada(s), esas llamadas “críticas constructivas” terminan siendo “murmuraciones destructivas” que en nada contribuyen al bienestar del individuo ni de la organización.  En inglés les llaman “water cooler gossip”; en español les llamamos “chismes/conversaciones de pasillo”.

Ahora bien, lo que más me inquieta de este interesante fenómeno es cuando ocurre en el contexto de la Iglesia.  Si usted es feligrés/miembro de una congregación cristiana con toda probabilidad habrá tenido algún grado de participación (como perjudicado o como perjudicador) en conversaciones de pasillo (o de “parking” y escondrijos similares).  Esta es una práctica que nada resuelve, nada edifica y nada bueno produce.  Por el contrario, lastima personas y familias y sus efectos nocivos se pueden extender a la comunidad.  Lo que es peor, le hace un flaco servicio al Señor y al evangelio (que por definición es «buena noticia», algo muy distinto a la murmuración).  Una cultura de murmuración, lejos de crear y afirmar relaciones, aleja a quienes con corazón sincero se acercan a la iglesia para “buscar de Dios”.  El Señor Jesús, en una ocasión afirmó que «no hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse» (Mateo 10.26 DHH).  En la narración del Éxodo, Moisés indica al pueblo que «el Señor los ha oído murmurar contra él. ¿Quiénes somos nosotros? Cuando ustedes murmuran, no murmuran contra nosotros, sino contra el Señor» (16.8).

Nuestras conversaciones, lejos de rayar en la murmuración, debiesen ser diálogos sensatos, prudentes y discretos, dirigidos a construir y edificar, y a fomentar lo justo, lo bueno y lo digno, en el lugar apropiado, y con las personas apropiadas. El autor de la Carta a los Efesios lo propone de la siguiente forma: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Efesios 4.29 RVR95).  Tengamos conciencia de que siempre nuestras palabras llegarán a otros oídos, incluyendo los oídos de Dios.  Renunciemos a la cultura de la murmuración, y abracemos la cultura del diálogo honesto y bien intencionado.

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