Lo angular en nuestras relaciones
Por Fabián Paré
Red de Liturgia / CLAI
«…los principales sacerdotes y los 
fariseos, entendieron que hablaba de ellos.» 
Mateo 21,33-46
Resulta fácil y habitual pensar cómo tiene que ser 
la vida de los demás, proponerles replanteos y esclarecerles lo que 
tienen o no que hacer; y suele ser bastante difícil y poco 
común pensar como tiene que ser nuestra vida, proponernos replanteos y 
lograr esclarecimientos sobre lo que tenemos que hacer o no.  Es algo propio de la condición 
humana, por eso nos cuesta muchas veces darnos cuenta de algunas cosas que 
hacemos y no suelen tener consonancia con lo que debiéramos reflejar 
como cristianos/as.  Es 
fácil poner el peso de una interpretación bíblica sobre 
otros/as, pero nos cuesta asumir el peso que puede tener sobre nosotros/as: 
Si se habla de falsos profetas, serán otros (porque nosotros/as nos 
consideramos verdaderos); si se habla de árboles que no dan buen 
fruto, serán otros (porque nosotros/ consideramos los nuestros 
buenos); si se habla de trigo y cizaña, pues la cizaña 
serán otros (porque nosotros/as nos consideramos trigo); si se habla 
de imprudencia, pues serán otros los imprudentes (porque nosotros/as 
nos consideramos prudentes); si sobrevienen tempestades y tormentas es por la 
falta de fe de otros (porque nosotros/as nos consideramos llenos de fe); si 
hay una generación perversa que demanda una señal, pues 
serán otros (porque nosotros/as consideramos que no las necesitamos); 
si se habla de semillas del reino que no crecen o mueren, consideramos que 
hablan de otros (porque nosotros/as nos consideramos ‘buena 
semilla’); nos consideramos como el buen samaritano pero de muchas 
maneras mostramos indiferencia sobre las necesidades de los demás; nos 
consideramos como Pedro cuando confiesa al Mesías, pero creemos que es 
otro cuando Jesús le dice ‘aléjate de mí 
Satanás’; de la misma manera cuando se habla de labradores 
malvados, creemos que son otros porque nosotros/as nos consideramos 
‘buenos’.  Si no 
tomamos otra posición respecto a esta manera de leer la Biblia, lamentablemente 
no nos alejamos mucho del lugar en el que se posicionaban los principales 
sacerdotes y los fariseos respecto a lo que Jesús 
enseñaba.  Debemos 
corrernos de ese lugar desde donde creemos que la lectura bíblica 
avala nuestro comportamiento, de lo contrario nos privaremos de la 
posibilidad de involucrarnos en un aprendizaje de lo que Jesús 
enseña.  En lugar de 
buscar aval de nuestro comportamiento, es mejor volver a entender nuestro 
comportamiento desde la enseñanza de Cristo.
El Reino de Dios involucra al que se considera un perro que come 
las migas que caen de la mesa de sus amos (y no se habla de la mesa de jefes, 
patrones, dueños, sino de la misericordia de Dios); al que cree que 
tan solo tocando el manto de Jesús quedará sano, al que cree 
que tan solo una orden de Cristo bastará para sanar, al que se 
arrepiente de los males que cometió; y yendo al trabajo que involucra 
la extensión de este reino, implica a los que se disponen a servir con 
humildad, amando como Jesús amó (no con un amor condicional 
como el nuestro).  Nos cuesta 
compararnos con un perro, nos cuesta confiar en el poder de Jesús -que 
no es el poder de las jerarquías instaladas en nuestra convivencia-, y 
sobre todo nos cuesta arrepentirnos sinceramente de los males que hemos 
provocado; más aun nos cuesta disponernos a servir con humildad y 
más todavía amar como Jesús ama.  ¿Por qué es tan 
difícil este reino de Cristo?
Las dificultades que se nos presenta junto a Cristo, se 
relacionan con el lugar que no queremos perder, lugar que nos empodera y 
determina el tipo de relación que mantenemos con los demás; nos 
sentimos poderosos/as controlando la vida de los demás, y entramos en 
desesperación cuando perdemos ese ‘control’.  Mientras sigamos sintiendo eso no 
seremos muy diferentes a aquellos malvados que mataron al hijo del 
dueño para quedarse con su heredad (Mt 
21,38-39), ni a aquellos principales sacerdotes y 
fariseos que buscaban echarle mano a Jesús para sacarlo del medio 
(Mt 21,46).  
 
 
 
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