Para enfrentar el nuevo año

En ese mismo instante Ana se presentó, y dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.”  (Lucas 2:39 —texto completo en Lucas 2:22-40, RVC)

   Al acercarnos al final del calendario civil, observamos cómo se reanudan las tradiciones de hacer repasos y recuentos de lo ocurrido. De igual manera hemos estado ya observando los acostumbrados saludos y felicitaciones salpicados por una visión cuasi-mágica de lo que “el año nuevo traerá.”

   Francamente el año que culmina ha sido difícil, muy difícil. Ha sido un año que ha planteado grandes retos, tristezas, penurias y dificultades en todas las esferas de la experiencia humana, a nivel personal y a nivel colectivo. No hay duda de que en muchas familias, al calcular el balance de vivencias, lejos de quedar huellas, lo que queda son cicatrices que representan amarguras y dolores que no quisiéramos recordar jamás. Con toda razón tantas personas esperan con ansias que el año se termine de una vez y comience el próximo año que, por cierto, nos sigue adentrando en la tercera década del presente siglo. Ahora bien, esta es la situación: hablando en términos realistas, los años no llevan ni traen nada. Simplemente se trata de una medida de tiempo, basada en la vuelta de la Tierra alrededor del Sol. El cambio de fecha no acarrea cambios instantáneos en las circunstancias que nos rodean —indistintamente que sigamos diciendo: “Que el año nuevo te traiga muchas cosas buenas.”

   Aún así, es inevitable que nuestras mentes ponderen con gran curiosidad las posibilidades del futuro a corto y largo plazo. ¿Cómo será el nuevo año? ¿Qué cosas ocurrirán? ¿Será mejor? ¿Será peor? ¿Será igual? Lo cierto es que no sabemos. Cualquier “respuesta” que demos pertenece al campo de la especulación. No obstante, como pueblo de fe, podemos acercarnos a las Escrituras Sagradas y encontrar en ellas dirección para nuestras vidas. Vivo fascinado con la manera en que las Escrituras contienen palabra viva que —por la inspiración del Espíritu Santo— se hace relevante y pertinente a nuestros contextos. Con esto en mente, el pasaje bíblico que aquí leemos nos ofrece el testimonio de dos personas que vienen a servir como modelos para enfrentar el nuevo año.

   A estas alturas de la narrativa del Evangelio Según Lucas, ya Jesús ha nacido y sus padres lo llevan al templo de Jerusalén para cumplir con los ritos propios de su tradición religiosa. Allí tienen un encuentro con los dos personajes que hoy constituyen nuestro centro de atención. El primero de ellos —Simeón— es identificado como un hombre paciente en la espera de la salvación de Israel. También se le describe como un hombre bien conectado con el Espíritu Santo, cosa que ciertamente lo lleva a ser “justo y piadoso”. Como reacción al tener un encuentro con el Mesías (v. 26, “el Ungido del Señor”), Simeón alaba y bendice a Dios (vv. 28-32), y además bendice a los padres del recién nacido (v. 34).

   El segundo personaje —Ana— es descrito como una mujer de edad muy avanzada, que había quedado viuda desde muy temprano. Cabe aquí recordar que las viudas eran de las personas más vulnerables y desventajadas de aquel tiempo y aquella cultura. Desde esta perspectiva, ciertamente Ana tendría todas las razones del mundo para andar por la vida quejándose de sus achaques y desventuras. Sin embargo, sus labios no estaban llenos de quejas, sino que estaban llenos de la palabra de Dios (v. 36 la llama “profetisa”) y, específicamente, su tema de conversación era “el niño” (v. 38). ¿Cómo podía Ana hacer esto? Sencillo: al igual que Simeón, Ana mantenía una relación cercana a Dios (v. 37).

   Al considerar a ambos personajes, observamos que ni la edad, ni el estatus socioeconómico, ni ninguna otra circunstancia humana fueron impedimento para que Ana y Simeón cultivaran la espiritualidad y fueran de bendición para otras personas.

   El nuevo año no “traerá” soluciones mágicas a nuestros problemas personales y colectivos. Más aún, quizás enfrentemos desafíos y retos que se acumulen sobre las experiencias que hemos vivido en el año que culmina. Adoptemos el ejemplo que Simeón y Ana nos ofrecen. La paciencia, la esperanza, la humildad, y un corazón abierto a Dios y al prójimo son recursos que nos ayudarán a enfrentar el presente y el porvenir —venga lo que venga.

   Soli Deo Gloria.

(Primer Domingo de Navidad, Ciclo B)

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