¡Cómo quisiera...!

¡Cómo quisiera que rasgaras los cielos y bajaras! ¡Que los montes se derritieran ante ti como ante un fuego abrasador que todo lo funde, como un fuego que hace hervir el agua! ¡Así tu nombre sería reconocido por tus enemigos, y las naciones temblarían en tu presencia! (Isaías 64:1-2, RVC)

Gran parte de la cristiandad comienza hoy la celebración de una temporada litúrgica conocida como “Adviento”. Esta temporada —que precede a la Navidad— se caracteriza por su énfasis en la espera de aquello que deseamos que ocurra, pero aún no acontece. En los tiempos del antiguo pueblo de Israel, esta espera estaba enmarcada en el anhelo de la restauración de la ciudad de Jerusalén y retorno del pueblo exiliado. En los tiempos del pueblo cristiano la espera está enmarcada en el retorno de Cristo. Ambos casos suponen una intervención de Dios en medio de las precarias situaciones humanas.

El pasaje bíblico que hoy nos inspira hace patente ese deseo intenso por una intervención divina: “¡Cómo quisiera que rasgaras los cielos y bajaras!” En los tiempos en que este texto fue escrito, el pueblo no veía llegar la hora en que su situación cambiara. Destrucción, conflictos, injusticias, eran la orden del día. Se trataba de una comunidad en ruinas, no solo en el sentido material, sino también en lo emocional y espiritual. La moral y el ánimo andaban por el suelo... 

Dichos sentimientos de desesperación no son extraños en nuestro tiempo. Son múltiples las circunstancias que nos llevan a sentir hastío,

   la pérdida de un ser amado, cuya ausencia no parece hallar consolación;

   la condición crónica para la cual no hay cura;

   la acumulación de deudas que, lejos de menguar, crece constantemente;

   el cansancio acumulado por el ritmo acelerado de la vida, sin tiempo ni espacio para reponerse;

   la angustia ocasionada por la lluvia interminable de malas noticias;

   el agobio en medio de una situación familiar tóxica o un ambiente laboral hostil…

¡Cómo quisiéramos que las cosas fueran distintas! ¡Cómo quisiéramos que “algo” sucediera! ¡Cómo quisiéramos sentirnos de otra manera! ¡Cómo quisiéramos que Dios intervenga! O, dicho en el lenguaje del texto bíblico, “¡Cómo quisiera que rasgaras el cielo y bajaras!”

El testimonio que encontramos más adelante en las Escrituras Sagradas nos cuenta que Dios rasgó el cielo y bajó —pero no lo hizo de la manera en que el pueblo antiguo lo esperaba. No hubo montes derretidos ni fuegos consumidores. Lo que ocurrió fue el nacimiento de un niño, en medio de circunstancias inhóspitas y poco deseables, para mostrar que allí, en el lugar inesperado, es donde Dios sale a nuestro encuentro y nos acompaña en la experiencia de la angustia, la carencia, el cansancio y el dolor.

¡Cómo quisiera que en medio de nuestras adversidades —personales y colectivas— pudiésemos percibir el acompañamiento divino! ¡Cómo quisiera que podamos comprender que, aun atravesando tiempos inciertos, la consolación del Espíritu camina a nuestro lado! ¡Cómo quisiera, que nuestros ojos puedan ver más allá de lo inmediato y así contemplar la presencia confortante de Dios!

Soli Deo Gloria. 

(Primer Domingo de Adviento, Ciclo B)


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