Los frutos que debe dar

Imagen creada con IA.
Jesús solía enseñar por medio de cuentos (llamados “parábolas”, en el argot religioso). El lugar de brindar elaboradas disertaciones teológicas llenas de lenguaje rebuscado, Jesús utilizaba cuentos con contenido que fuese familiar a su audiencia, cosa que facilitaba la interpretación y aplicación de sus enseñanzas a la luz de las experiencias cotidianas.

Uno de esos cuentos conocido como “la parábola de los labradores malvados” (Mateo 21:33-46), utilizó el escenario de un terreno arrendado para ilustrar las reacciones del pueblo de Israel hacia Dios y sus mensajeros. La parábola puede ser muy bien analizada en distintos planos y contextos, cosa que no haremos en esta breve reflexión. La propuesta en esta ocasión es enfocar las palabras de Jesús en su propia explicación y aplicación del cuento.

Jesús dirigió estas fuertes palabras al liderato religioso de su tiempo, el cual, según el testimonio de los Evangelios, eventualmente conspiró con las autoridades imperiales para asesinarlo: “Por tanto les digo, que el reino de Dios les será quitado a ustedes, para dárselo a gente que produzca los frutos que debe dar” (v. 43).

Nunca deja de asombrarme el hecho de que cuando Jesús pronunciaba palabras duras, no lo hacía contra las personas a las que su sociedad tildaba de “pecadoras”, sino contra aquellas que representaban la religión organizada: aquellas que se preocupaban más por los dogmas y tradiciones que por el bienestar integral del ser humano. Esos religiosos son los que quedan retratados en la alegoría de los labradores “malvados”: simplemente son gente que no produce “los frutos que debe dar.”

Veinte siglos después seguimos observando las mismas actitudes en la gente que alardea de su devoción a Dios. Encumbrados en sus pedestales de “superioridad moral” despotrican constantemente contra aquellos a quienes llaman “pecadores”, “desviados”, e “inconversos”. En la punta de su lengua siempre tienen una palabra condenatoria contra quienes no viven según sus conceptos de santidad e ideales de ortodoxia. No pierden oportunidad para emitir críticas y juicios —como lo hacían los religiosos en tiempos de Jesús—contra los “publicanos y pecadores”.

La parábola de Jesús nos confronta con la realidad de la religiosidad tóxica, llena de mucha doctrina y mucha adoración, pero muy vacía de misericordia y compasión. Sus palabras son una advertencia al cristianismo de hoy, así como lo fueron al fariseísmo de ayer: “el reino de Dios les será quitado a ustedes, para dárselo a gente que produzca los frutos que debe dar”. Sus pronunciamientos nos recuerdan que a Dios no le interesan las bocas que repiten versos bíblicos a granel, sino los corazones que practican la justicia y el amor —particularmente hacia las personas vulnerables y rechazadas. En última instancia esos son los frutos que debemos dar. Es así como se manifiesta el reino de Dios.

Soli Deo Gloria.

(27mo domingo del tiempo ordinario / Propio 22 - Ciclo A)

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