¡Que todo el pueblo del Señor fuera profeta!

Números 11.24-30, RVC

   De cara a la celebración del Día de Pentecostés resulta interesante este texto que tenemos ante nuestra consideración.

   Cuenta el capítulo 11 de Números que el pueblo de Israel en el desierto comenzó a quejarse del maná (pan del cielo) que Dios le proveía para su alimentación en el desierto. La gente querían comer carne y llegó a afirmar que estaba mejor en sus tiempos de esclavitud en Egipto.  

  Toda esta crisis provocada por el mal agradecimiento del pueblo, la narración bíblica, acarreó la ira divina y el disgusto y frustración de Moisés, quien se quejó ante Dios por haberlo puesto frente a semejante pueblo: «¡Yo solo no puedo soportar a todo este pueblo! ¡Me es una carga demasiado pesada! Si así me vas a tratar, voy a agradecerte que me mates. Y si acaso merezco tu favor, ¡no me dejes ver mi propia desgracia!» (11.14-15).

   Dios brindó dos respuestas al dilema de Moisés. En segundo lugar, Dios decidió enviarle al pueblo carne (de codorniz) hasta que les salga «por las narices» (v. 20), por haber añorado la esclavitud en Egipto, rechazando de este modo el amoroso cuidado de Dios.

   Y en primer lugar, Dios mandó a Moisés a buscar setenta ancianos para dividir la carga pesada de la dirección del pueblo y repartir entre ellos una porción del Espíritu que Dios había puesto sobre él (i.e., Moisés).

   Cuando los ancianos estaban reunidos alrededor del tabernáculo (la gran carpa que servía de santuario), cuenta la narración que el Espíritu «posó en ellos», y profetizaron (v. 25).

   Dos de los ancianos no se habían presentado en el tabernáculo, pero sobre ellos también “se posó” el Espíritu y profetizaban en el campamento. Esto provocó la indignación de Josué, quien le pidió a Moisés que impidese lo que estaba ocurriendo, a lo que Moisés respondió: «¿Acaso tienes celos por mí? ¡Cómo quisiera yo que todo el pueblo del Señor fuera profeta! ¡Cómo quisiera yo que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos!» (v. 29).

   Este incidente tiene mucho que enseñarnos hoy. Profeta es quien habla en lugar de Dios o en nombre de Dios (GR “profetés”). Generalmente pensamos que eso de hablar en nombre de Dios o “profetizar” es asunto del ministro o de personas sumamente “especiales” o hasta fuera de lo común. Pero a la luz de la Escritura, esto no necesariamente tiene que ser así.

   La palabra que aquí se traduce como “profeta”, viene del término hebreo “naabí”, que significa “el que testifica”, es decir, quien cuenta las cosas maravillosas que Dios ha hecho. Y eso, es labor de todas las personas creyentes: ¡ojalá todo el pueblo de Dios fuese profeta! ¡ojalá que todas y todos fuesen testigos de Dios!

   ¡Dios nos llama para que seamos sus profetas en medio de nuestra comunidad! ¡Todas y todos podemos “profetizar”!

   En una ocasión, mi peluquera estaba bastante asustada porque en su comunidad de fe le pidieron predicar un domingo y esto la tenía bastante intranquila y asustada. A la semana siguiente la vi y le pregunté cómo le había ido. Ella, muy sonriente y serena, me comentó: “identifiqué un texto bíblico que significa mucho para mí (“buscad primeramente el reino de Dios...”), lo relacioné con mi experiencia y le conté a la iglesia las cosas que Dios ha hecho por mí”. Ella se había convertido en “profeta del Señor”.

   ¿Tienes algo que contar? El Señor nos llama para que seamos sus profetas. Y con tal propósito nos da su Espíritu amoroso y compasivo sin medida ni restricciones, en abundancia, tal como lo expresan las palabras de Jesús en el Evangelio Según Juan: «Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura.» (7:38).

   Cuenta lo que Dios ha hecho por ti, testifica el amor divino en todo lugar donde estés  –con tus palabras y con tus acciones. Tú también puedes ser profeta del Señor.

Soli Deo Gloria.

(Domingo de Pentecostés - Ciclo A)

960526

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