Aunque parezca una locura

Las que contaron esto a los apóstoles eran María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo, y las otras mujeres. El relato de las mujeres les pareció a los apóstoles una locura, así que no les creyeron; pero Pedro se fue corriendo al sepulcro y, cuando miró hacia dentro y vio los lienzos allí dejados, volvió a su casa pasmado de lo que había sucedido. (Lucas 24.10-12 RVC)

   Hoy conmemoramos la resurrección de Jesucristo de Nazaret –un evento que nada tiene que ver con conejos ni huevos de colores. Tiene que ver con que los poderes que oprimen y cautivan física, emocional y espiritualmente al ser humano no tienen la última palabra. La última palabra pertenece al Dios de compasión y justicia que reivindica al crucificado y, junto con él, levanta a las y los crucificados de la humanidad.

   Mi reflexión en esta Semana Santa gira en torno a las narraciones del Evangelio Según Lucas. Este evangelio se distingue por el cuidado que presta a un componente que suele ser pasado por alto en los demás: el prominente papel de las mujeres en la vida y ministerio de Jesús. Al momento del arresto y ejecución, los discípulos de Jesús desaparecen del escenario. El último que es mencionado es Pedro, y su acción en la trama consiste en negar haberlo conocido. Pero las mujeres venían acompañando a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, estuvieron presentes durante su cruel ejecución, y se propusieron dar un cuidado digno a su cuerpo sin vida...

   Los relatos del Evangelio Según Lucas acentúan lo que también podemos constatar en los otros evangelios: sin las mujeres no hay anuncio de la tumba vacía. No solo son las primeras testigos, sino también las primeras proclamadoras de la noticia que transformó el curso del movimiento de Jesús: lo que parecía el final de todo, era más bien un nuevo y más poderoso comienzo.

   No obstante, el texto de Lucas viene acompañado de una muy triste observación: “El relato de las mujeres les pareció a los apóstoles una locura, así que no les creyeron” (24.11). Tuvo que un hombre –en este caso, Pedro, el mismo que juró no conocer a Jesús– salir a constatar la veracidad del acontecimiento. A través de los siglos y las culturas observamos la historia repetirse: las mujeres son desplazadas a un plano de insignificancia ante la hegemonía masculina. Muchos siglos han pasado antes de que la cristiandad reconozca el papel fundamental de las mujeres en el discipulado cristiano y, aún en pleno Siglo 21, muchas comunidades cristianas continúan negándoles el acceso a las estructuras decisionales y los roles de liderazgo. Un día como hoy la mayoría de los púlpitos en catedrales, templos y capillas son ocupados por hombres que creen, enseñan y practican el patriarcado (y hasta el machismo) como norma social.

   En algunas comunidades cristianas se han logrado grandes avances hacia la justicia y la equidad, pero aún falta mucho por recorrer. La buena noticia –el Evangelio– es para todas las personas por igual, sin discrimen ni exclusión por causa de género, identidad, procedencia o cualquier otra condición humana. Jesús de Nazaret abrió las puertas del reinado de Dios a todas las personas que eran excluidas y relegadas a los márgenes de la sociedad. Su mensaje no fue del agrado de los poderes religiosos, económicos y políticos de su tiempo. Si reclamamos ser discípulxs de Jesús, nos corresponde aceptar, adoptar y practicar su ejemplo en todo tiempo y todo lugar... aunque parezca una locura.

   Soli Deo Gloria.


Rev. José Manuel Capella-Pratts, M.Div
Miami, Florida

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