Arrojando piedras


«En ese momento llegaron de Antioquía y de Iconio unos judíos que persuadieron a la multitud para que apedreara a Pablo; después de eso lo arrastraron y lo llevaron fuera de la ciudad, pues creían que estaba muerto»
(Hechos 14.19) [La narración completa se extiende hasta el v. 28, pulse aquí]

Este es apenas un ejemplo de los extremos a los que el ser humano llega para silenciar a quien es y piensa diferente. En la narración previa se informa que el apóstol Pablo y sus asociados habían estado haciendo el bien y anunciando la buena noticia (el evangelio) a las personas en la ciudad de Listra.  En medio de esa circunstancia es que se da la intervención de aquellos cobardes que lejos de aceptar la coexistencia de ideas religiosas a las suyas, provocaron la multitud para silenciar permanentemente a Pablo, matándolo a pedradas.

Ante un acto como ese, habrá quienes levanten su dedo acusador contra todos los judíos por lo que algunos extremistas fanáticos hicieron. Habrá otras personas que dirán que eso es un asunto propio de las culturas del mundo mediterráneo del Siglo Primero, pero que es algo que no ocurre en nuestro contexto cultural y religioso. A los primeros les debo recordar que no es apropiado juzgar a todas las personas de un credo, raza o nacionalidad por los exabruptos de unos pocos. Los fanáticos extremistas han existido y siguen manifestándose en diversas religiones y culturas. Son personas inescrupulosas que evidentemente no entienden lo que es la sana convivencia humana en la diversidad y la pluralidad. A los segundos les debo responder que en el contexto particular de la cristiandad occidental no andamos con piedras en las manos para ejecutar a quienes profesen una fe diferente, sin embargo, con frecuencia observamos en los diversos medios pedradas verbales y emocionales que laceran, lastiman y destruyen a la otra persona. El mismo pasaje bíblico nos muestra una pincelada de lo que debiese ser nuestra actitud como discípulas y discípulos de Jesucristo: aquellos fanáticos intentaron matar a Pablo, «pero los discípulos lo protegieron» (v. 20). Quienes afirmamos seguir el camino del Señor no debiésemos andar arrojando piedras (ni físicas, ni verbales) contra otras personas, más bien debiéramos ser quienes brinden protección de las pedradas religiosas que abundan en nuestros tiempos.

Seamos gente conocida por el evangelio de la gracia de Dios y no por pedradas lanzadas en contra de las demás. Seamos conocidos por la compasión en lugar del juicio y la acusación. Seamos conocidas por la prudencia y el amor en lugar del fanatismo intolerante. Mantengamos nuestras manos llenas de gracia en lugar de mantenerlas llenas de piedras. El señor Jesucristo no se llevaba muy bien con las piedras... De hecho, cuenta una narración bíblica que su respuesta hacia los religiosos ávidos por apedrear fue la siguiente: «Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra» (Juan 8.7). Si nos atrevemos a vivir con humildad y franqueza, nuestras manos tendrán que abrirse para dejar las piedras en el suelo.  

Soli Deo Gloria.

2012.09.12

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