Y come con ellos

El capítulo 15 del Evangelio Según Lucas es una de las secciones más hermosas del Nuevo Testamento. Nos ofrece una mirada panorámica al corazón del Señor Jesucristo —la esencia de su mensaje que es buena noticia. Allí encontramos tres parábolas, narraciones breves que Jesús contaba para sacudir la mente y el alma de su audiencia. En la primera, cuenta sobre un hombre que teniendo cien ovejas, deja noventa y nueve en el desierto para irse a buscar la que se le había perdido. En la segunda, cuenta sobre una mujer que hace todo lo que está a su alcance para encontrar una moneda que se le había perdido. En la tercera, cuenta sobre un padre que teniendo dos hijos, espera pacientemente y sale al encuentro del hijo que regresa al hogar luego de haberlo abandonado malgastando sus bienes. En las tres instancias Jesús enfatiza la alegría de haber encontrado lo que se había perdido. En las primeras dos parábolas podemos asumir que la alegría es compartida por amistades y familiares. Pero en la tercera parábola, encontramos un elemento distinto: alguien que, lejos de alegrarse, asume la actitud del “agua fiestas”. El hijo mayor reprocha la extravagancia del amor de su padre y se niega a entrar a la casa.

A través de mis años en el ministerio eclesial, he visto la misma actitud repetirse de muchas formas. Sus manifestaciones pueden variar en intensidad y contenido, pero básicamente la esencia es la misma: gente que resiente la sobreabundante riqueza de la gracia divina. Se incomodan ante la noción del amor inagotable de Dios extendiendo sus brazos para dar acogida a todas las personas. Se ofenden ante la idea de un Dios que acoja en su presencia a aquellas personas a quienes consideran como indignas o pecadoras (como si eso fuese una condición que no todos los seres humanos padecemos). Uno de tantos recuerdos que vienen a mi mente es el de un individuo que manifestaba su disgusto al escucharme ofrecer el sacramento de la comunión a todas las personas por igual. En una ocasión me reclamó diciendo que yo no hago “suficiente énfasis en los pecados de la gente...” Mi respuesta es y será la misma: “La fiesta no es mía. Yo simplemente extiendo la invitación del dueño de la mesa...”

Resulta que esa lamentable actitud que tantas veces he visto no es algo nuevo. El Señor Jesús se enfrentó una y otra vez con la misma situación. Los religiosos de su tiempo detestaban su acogida hacia gente “de mala fama”, les indignaba que Jesús compartiera su mesa con quienes no alcanzaban cierto nivel de “santidad” y “pureza” religiosa. La introducción a las tres parábolas del principio del Capítulo 15 de Lucas resume magistralmente la controversia:

Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos.» Entonces Jesús les contó esta parábola... (Lucas 15:1-3, RVC)

¡Habría tanto que comentar sobre estos versos! No obstante, me limitaré a acentuar que el señalamiento que los religiosos lanzaron contra Jesús como algo negativo, precísamente es la esencia del Evangelio, la “buena noticia” del reino de Dios que Jesús enseñó y practicó: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos.»

Jesús demostró consistentemente que los brazos divinos se abren para recibir a todas las personas, sin importar las críticas, murmuraciones y opiniones de gente santurrona con ínfulas de pureza y devoción. Es su problema si —al igual que el hermano mayor de la parábola— prefieren quedarse fuera de la casa y perderse la fiesta. El Señor no va a cancelar el banquete de su reino de amorosa acogida por causa de los amargados que pretenden controlar la entrada de los demás. ¡Entremos a la fiesta! ¡El Señor nos recibe! ¡Disfrutemos el banquete de tu amor inagotable!

Soli Deo Gloria.


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