Y a Dios lo que es de Dios


 La Escritura: Mateo 22:15-22

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” -- esta es una de esas expresiones de Jesús que trasciende lo eclesial y se ha convertido en parte de la cultura popular. Cuando una frase bíblica pasa a ser patrimonio de la cultura popular, usualmente pierde su fuerza y se pierde su significado. Eventualmente se convierte en un cliché que repetimos queriendo decir algo --aunque ese algo diste mucho de la intención original del dicho. A través de los años he escuchado muchas veces esta frase como justificación en sermones sobre “el deber ciudadano” de pagar impuesto, respetar y obedecer a las autoridades, adoptar la díada de “Dios - Patria”. “Den al César lo que es del César”, a la larga viene a ser una domesticación del mensaje y la enseñanza radical de Jesús. Por ello, como de costumbre, es indispensable regresar al texto bíblico y considerarlo en su contexto.

Lo primero que debemos observar al leer este episodio del Evangelio Según Mateo es la mención del junte entre los fariseos y los herodianos (vv. 15-16). Los fariseos representan un movimiento principalmente religioso, mientras que los herodianos representan un movimiento de carácter político (seguidores y partidarios de Herodes Antipas). La razón por la que ambos movimientos se juntan es para tender una trampa a Jesús. En varias ocasiones he dicho, y seguiré diciendo, que el matrimonio que muchas veces vemos entre religiosos y políticos es una afrenta a las enseñanzas de Jesús sobre el reino/reinado de Dios. Esto no quiere decir que la religión y la política no compartan la responsabilidad de contribuir al bienestar común. “Separación entre Iglesia y Estado” no significa que el pueblo creyente deba renunciar a sus deberes y derechos como parte de la sociedad civil. Sin embargo, por siglos hemos visto que cuando la religión y la politiquería se combinan el resultado es bochornoso y desastroso, y termina perjudicando a las personas más vulnerables (las enfermas, las pobres, las envejecientes, las mujeres, la niñez, las comunidades marginadas y excluidas). Basta con conocer la historia de la civilización occidental para observar las atrocidades y desatinos que los imperios del mundo han tenido con la “bendición” y el aval de la cristiandad. Particularmente, en el año eleccionario, volvemos a ver el trillado desfile de políticos visitando templos y participando de cultos, misas y otras actividades religiosas, utilizando lenguaje camuflajeado de piedad para pescar votos entre las comunidades de fe. No caigamos en las trampas de estos “lobos vestidos de ovejas”. No seamos víctimas de la ingenuidad... De ingenuo, Jesús no tenía ni un pelo. Por el contrario, el Señor nos dio el ejemplo de lo que es ser “sencillos como palomas y prudentes como serpientes” (Mt 10.16).

Lo segundo que debemos observar tiene que ver con el contenido de la pregunta que le hicieron a Jesús. La mención del César no debe ser pasada por alto sin un riguroso escrutinio. “César” era el nombre que se daba al Emperador romano. El imperio romano era la potencia mundial que dominaba la región mediterránea, incluyendo la zona de Judea. De modo que “César” representa la ocupación, la opresión, la tiranía y la idolatría. Más aún, la moneda(*) que le muestran a Jesús (vv. 19-20), además de la imagen del emperador, tenía grabada la siguiente inscripción: “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto.” El culto al emperador como divinidad era algo que se fomentaba en el imperio romano y sus territorios. Conociendo este dato, entonces, al César sólo hay una cosa que se le puede dar: el rechazo a reconocerle y seguirle como “señor y dios.”

Lo tercero que debemos observar es que la pregunta --que nada tiene que ver con la responsabilidad ciudadana de una democracia moderna-- estaba enfocada en la persona del “César”, pero la respuesta de Jesús cambió el enfoque del asunto al introducir la expresión “y [den] a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Ese cambio en el enfoque es algo a lo que debemos prestar cuidadosa atención. Ahora que estamos en pleno tiempo eleccionario, las pasiones político-partidistas se exacerban... Vemos gente que sigue a sus caudillos políticos con una intensidad que bordea peligrosamente en lo idolátrico: rompen relaciones con amistades y familiares por causa del fanatismo político; demonizan y deshumanizan a quienes piensan de forma distinta, y en lugar de ver y tratar a quienes discrepan como conciudadanos (gente que comparte la misma tierra, la misma nación, el mismo espacio) les ven como enemigos a los cuáles destruir...  Quienes seguimos a Jesucristo no debemos obrar de la misma forma. La expresión “a Dios lo que es de Dios” es un recordatorio de que para la cristiana y el cristiano no puede haber mayor lealtad, entrega y dedicación que la que debemos al reino/reinado de Dios --algo que va más allá de candidatos, ideologías y partidos políticos... Nuestro hablar y actuar debe ser reflejo y testimonio del amor de Dios por toda la humanidad. Entonces, a la luz de todo esto, debemos preguntarnos cada día: ¿Estamos verdaderamente dando a Dios lo que es de Dios?

Soli Deo Gloria.


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(*) Malina, Bruce J. & Richard L. Rohrbaugh, Social Science Commentary on the Synoptic Gospels, Fortress Press, Minneapolis, 1992, p.137


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