En la profundidad de un pozo oscuro


La Escritura: Génesis 37.1-4, 12-28 (RVC)

Una de las tradiciones litúrgicas de las cuales participamos regularmente en el culto público es pronunciar la frase “palabra de Dios” al concluir alguna lectura bíblica, seguida de la respuesta colectiva diciendo “te alabamos, Señor.” En muchas otras congregaciones cristianas se practica alguna variante de esta tradición. Es una manera de afirmar inspiración divina presente en las Escrituras que reconocemos como Sagradas. No obstante, confieso que hay narraciones y textos bíblicos sobre los que se me dificulta decir la frase “palabra de Dios” al concluir su lectura. Este es uno de esos. Es difícil (por no decir imposible) encontrar algún versículo de esta narración plasmado en alguna tarjeta postal de esas que enviamos para animar a otras personas. Para ello tenemos otros pasajes como “¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!” (Fil 4.13) o “El Señor es mi Pastor, nada me falta” (Sal 23.1) ... Jamás he visto un afiche con las siguientes palabras «Miren, aquí viene el soñador. ¡Vamos, matémoslo ya! Echémoslo en uno de los pozos, y digamos que alguna mala bestia se lo comió. ¡Y vamos a ver qué pasa con sus sueños!» (Gen 37.19-20)

Esto nos debe llevar a reconocer que no todo lo que está escrito en las páginas sagradas es necesariamente literatura inspiracional y edificante. Sin embargo, el hecho de que forme parte del canon bíblico nos debe motivar a escarbar un poco entre líneas y prestar atención a lo que allí encontremos. 

En los primeros versos de la porción que hoy leemos se afirma lo siguiente: “Esta es la historia de la familia de Jacob” (v. 2). Con esto el narrador bíblico nos prepara para lo que vamos a encontrar de ahí en adelante. Jacob, patriarca descendiente de Abraham, ha sido re-nombrado como “Israel” como resultado de su lucha por la bendición divina. Al leer una introducción como esta, esperaríamos encontrar una familia compuesta por gente muy piadosa y devota, una familia de esas que la sociedad etiqueta como “familia ejemplar”. Pero lo que inmediatamente encontramos es todo lo contrario: una historia de intrigas, engaños, conflictos y disfunciones familiares.

De entrada la narración nos deja saber que Israel (Jacob) tenía un hijo al que amaba “más que a todos sus hijos” (v. 3-4). También sabemos que este hijo, llamado José, acostumbraba dar información negativa sobre sus hermanos. Era lo que coloquialmente conocemos como un “soplón” --cosa que seguramente le ganaba “puntos extra” con su papá. Una de las grandes lecciones de la vida --y es algo que solemos pasar por alto-- es que nuestras acciones acarrean consecuencias, indistintamente si son buenas o malas. Y esas consecuencias, a su vez, no solo nos afectan a nosotras, sino que también afectan a quienes nos rodean.  Estoy convencido de que Israel no deseaba mal alguno para sus hijos, sin embargo su predilección y favoritismo por uno de ellos acarreó sufrimiento y calamidad sobre toda la familia... germinando la semilla del odio y el antagonismo y dando fruto a sufrimientos que se prolongaron por décadas.

El relato cuenta sobre la conspiración y el plan de los hijos de Israel para asesinar a su hermano José. Por otros detalles de la narración más extensa sabemos que José era inmaduro y arrogante, pero su inmadurez no debía ser justificación para las terribles injusticias de sus hermanos. No puedo evitar imaginar la confusión de José al ver sus hermanos volcarse sobre él con violencia. ¡Su propia carne y sangre procurando su mal! Imagino su sentimiento de humillación al ser despojado de la ropa de hermosos colores que representaba el gran amor que su papá le tenía. Imagino el horror que sentiría al ser arrojado en la profundidad de un pozo seco en plena región desértica. Imagino su angustia en el fondo de aquel pozo: rodeado de oscuridad, agobiado por la incertidumbre, y ahogado por un mar de preguntas sin respuestas. La rapidez con la que se desenvuelve la acción en el relato no nos permite apreciar las horas de devastadora espera que José sufrió en el pozo mientras sus hermanos comían y conversaban sobre su destino. ¡Cuántos pensamientos acosarían la mente de José!

Es probable que algunos de nosotros conozcamos el final de la historia de esta familia, pero el pasaje que hoy consideramos no nos lleva todavía hasta allí. Esto me hace reflexionar y pensar en otra de las grandes lecciones de la vida: no hay vía rápida ni fácil para un desenlace feliz.  Fueron largas las horas de José en el fondo del pozo. Al continuar la narración veremos que fueron largos los años de sufrimiento tras sufrimiento, antes de que José pudiese ver --como solemos decir--  “la luz al final del túnel.”  Si bien es cierto que en nuestras propias circunstancias pudiéramos ver la proverbial “luz al final”, también es cierto que el túnel que nos toca transitar puede ser largo, largo, muy largo. Los capítulos siguientes en la historia de José describen el camino de decepciones y angustias que tuvo que recorrer el resto de su vida antes de ver un final alegre. Pero a través de ese camino, el narrador bíblico se asegura de puntualizar --repetidas veces-- que en medio de todas sus tribulaciones, Dios estaba con José. No hay que pertenecer a una “familia ejemplar” para recibir la compasión divina. Quizás hoy estemos pasando por circunstancias que se sientan como un camino lleno de contratiempos, o como la profundidad de un pozo oscuro,  pero aún sin percibirla o reconocerla, la mano de Dios no nos soltará ni nos dejará.

Que el Dios de la paciencia y la esperanza, nos fortalezca y nos ampare ahora y siempre.  

Soli Deo Gloria.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La vasija se echó a perder

Todo lo que respira

Parábola de los pescadores