¿Dónde está el Señor?

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Quiero invitarte a que leas el Salmo 139.1-12 (aquí) No lo leas rápido. Toma un respiro entre frase y frase, y deja que sus palabras se asienten en tus pensamientos. Léelo otra vez. Y medita un rato en silencio...

Este Salmo en su totalidad, es un poema donde el autor celebra la presencia divina en todo tiempo y en todo lugar. Con frecuencia suelo proclamar en sermones y reflexiones que el Señor nos acompaña “en los tiempos buenos, los malos, y los peores.” ¿Dónde está el Señor? es una pregunta que suelo escuchar, principalmente en “los tiempos malos y los peores.” Es una pregunta que en muchas ocasiones también he formulado a través de mis días.

Cuando recibimos notificación de que la prueba que nos hicieron dio un resultado positivo, preguntamos “¿Dónde está el Señor?”

Cuando suena el teléfono y nos dan la noticia de que no volveremos a ver jamás a un ser amado, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando nos enteramos que lo que teníamos planificado por meses se ha echado al suelo en un par de minutos, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando miramos el reloj, y pasan los minutos y las horas, miramos el calendario y pasan los días y las semanas, y nuestro sentimiento de soledad se hace más agudo, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando descubrimos la traición de aquella persona que teníamos en alta estima y gran confianza, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando descubrimos que nuestros mejores esfuerzos no son apreciados y nuestras más puras intenciones son incomprendidas, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando vemos retroceder todo el progreso que habíamos alcanzado, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando vemos las injusticias ocurrir a plena luz del día con total impunidad, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

Cuando eso que llamamos “la luz al final del túnel”, lejos de agrandarse, se va empequeñeciendo hasta desaparecer, preguntamos, “¿Dónde está el Señor?”

“¿Dónde está el Señor?” ...

Los autores de los Salmos no estaban ajenos a las experiencias de frustración, dolor, soledad, y agobio. Eran gente de carne y sangre, como lo somos nosotros. Eran gente que reía y lloraba. Eran gente experimentada en la esperanza y también en el dolor. El autor del Salmo 139 comparte múltiples expresiones que afirman la presencia divina en toda circunstancia. Pero hoy quisiera invitarles a considerar especialmente dos de estas expresiones. Una de ellas la encontramos en el verso 4: “Todavía no tengo las palabras en la lengua, ¡y tú, Señor, ya sabes lo que estoy por decir!”  En tiempos de desconcierto y confusión ante lo desconocido y ante lo inesperado, en momentos que se sienten como si desapareciera el piso bajo nuestros pies, es un aliciente recordar que, aún cuando no podemos articular nuestros sentimientos en oración, Dios recibe y comprende nuestros más profundos anhelos.

La otra expresión la tenemos en los versos 11 y 12: “Si quisiera esconderme en las tinieblas, y que se hiciera noche la luz que me rodea, ¡ni las tinieblas me esconderían de ti, pues para ti la noche es como el día! ¡Para ti son lo mismo las tinieblas y la luz!” Hoy podremos sentir que nos encontramos en una temporada de gran oscuridad, sin embargo en dicha oscuridad la presencia divina no nos abandona, ni su mano providencial nos suelta. Nosotros no podemos ver al otro lado del mar tempestuoso, mas el Dios que navega con nosotros, en su tiempo nos llevará a puerto seguro.

Soli Deo Gloria.

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