La tristeza de un fruto malogrado
No sé ni cómo empezar a escribir estas líneas.
Al momento de escribir me encuentro triste, muy triste. Y aunque me veo tentado a no expresar nada ni reaccionar, dejar "que las aguas bajen a su nivel", la conciencia no me permite hacerlo. Esto es algo que debo compartir y, al hacerlo, tengo la esperanza de que sirva de llamado a despertar algunas conciencias dormidas y reanimar algunos corazones desanimados. Ya he escrito antes sobre este tema. Pero nunca está de más repasar, y reconsiderar.
En días recientes he enfrentado un par de episodios frustrantes. Son propios de la vida pastoral, es decir, algo a lo que las pastoras y pastores debiésemos estar acostumbrados y no sentirnos "tan" afectados por ello. Pero no puedo evitar el sentimiento de tristeza. Cuando pasas años sembrando un mensaje de amor, perdón, reconciliación, compasión, y de repente te tropiezas con un corazón endurecido, al que no le importa el amor, perdón, reconciliación y compasión. Cuando cosas así suceden las pastoras y pastores nos sentimos decepcionados, tristes, y en ocasiones, hasta fracasados (y me consta por el testimonio de muchos colegas que me han compartido su sentir). El choque de pensamientos y preguntas es inevitable. ¿Dónde estaba esta persona cuando prediqué/enseñé sobre tal o cual cosa? ¿No aprendió la lección del amor y la misericordia a pesar de las decenas, no, cientos de veces que se ofrecí la lección en palabra y acción, en prédica y práctica? ¿Cómo es que se puede profesar la religión cristiana, y a la misma vez insensibilizarse y endurecerse ante las mismas personas a quien Cristo constantemente acogió? ¿Cómo se puede decir que se ama a Dios, y a la misma vez despreciar al prójimo, creado a imagen de Dios? ¿No he sido claro en la enseñanza? ¿No supe llevar el mensaje del reino de Dios? ¿Cómo alguien que disfruta de la misericordia divina es capaz de negar esa misma misericordia hacia las personas más vulnerables?
En medio de todos esas preguntas y pensamientos cargados de decepción, a mi mente vienen dos pasajes bíblicos que muy bien pueden servir de recordatorio a todas aquellas y aquellos que nos encontramos en la vocación pastoral o magisterial.
El primero de los pasajes bíblicos narra una historia de gratitud e ingratitud. Lo puedes encontrar en Lucas 17.11-19. Allí se cuenta cómo 10 hombres enfermos con una condición de la piel son curados por el poder compasivo de Jesucristo de Nazaret, y sólo uno regresa donde el Señor para expresarle su agradecimiento. El evento fue tan impactante que el propio Jesús lo acentuó: «¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera y alabara a Dios sino este extranjero?» (El hombre agradecido era samaritano, en contraste con los demás que evidentemente compartían la etnia de Jesús, 17.17-18). Uno de diez, 10%. El otro 90% recibió el beneficio y siguió su camino como si nada. Toma nota de esos números.
El segundo de los pasajes bíblicos que ocuparon mi mente es una parábola, un cuento de esos que Jesús narraba para comunicar sus enseñanzas. Tradicionalmente conocido como "la parábola del sembrador", esta narración puede ser leída en Mateo 13:1-9, Marcos 4:1-9 y Lucas 8:4-8. En la misma se describe cómo una cuarta parte de la semilla sembrada germinó y dio fruto, mientras que el resto se echó a perder de diversas formas. Tres cuartas partes, 75%, de las semillas no pudieron producir el fruto esperado. También toma nota de estas cifras.
Algo que comúnmente suele suceder en encuentros entre pastoras y pastores -indistintamente de su denominación, concilio o tradición- es la conversación numérica. "¿Cuántos miembros tiene tu iglesia?" ... "¿Cuántas personas asisten en promedio al culto?" ... "¿Es viable el sostenimiento económico de la obra donde estás?" Hace tiempo que dejé de prestarle atención a los números como indicador de "éxito" o "efectividad". Los años me han llevado a entender que la madurez espiritual y la salud congregacional tienen mayor peso que los meros números de asistencia y donaciones. Aún así, según los criterios de muchos en la vocación pastoral, 75% de pérdida de semillas, y 90% de indiferencia o ingratitud son indicadores de "fracaso". Son números muy altos y desalentadores.
No obstante, ahí es donde encontramos grandes lecciones en ambas narraciones. Por un lado, la ausencia monumental de gratitud no fue impedimento para que Jesús hiciera el bien que tenía que hacer. Sólo uno regresó, pero Jesús ayudó a los diez, y luego siguió ayudando a muchas otras personas. Por otro lado, la pérdida del 75% de las semillas no fue motivo para que el sembrador desistiera de sembrar. El sembrador salió a sembrar, como solía hacerlo cada día.
Saber que posiblemente no se verá el "fruto" (i.e. el resultado) esperado no nos debe tomar por sorpresa. Por el contrario, debemos estar conscientes de que eso sucederá. Nos encontraremos con mucha gente ingrata, y nos enfrentaremos a la frustración de grandes porciones de cosecha malograda. Sin embargo no debemos dejar que el desaliento nos detenga. Siempre habrá quien aprecie, aproveche y agradezca lo que se hace, y siempre habrá terreno fértil donde germine la semilla y se produzca buen fruto. Hay que seguir haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para sanar este mundo enfermo. Hay que seguir sembrando semillas de amor, aunque en ocasiones la cosecha sean espinas de odios y rencores. Hay que seguir sembrando. Cada día. En cada oportunidad. Hay que seguir. Hay que seguir.
En medio de los desaires y tristezas del camino, el salmista nos recuerda que
"Los que siembran con lágrimas,
cosecharán con gritos de alegría.
Aunque lloren mientras llevan el saco de semilla,
volverán cantando de alegría,
con manojos de trigo entre los brazos." (Salmo 126.5-6 DHH)
Soli Deo Gloria.
Al momento de escribir me encuentro triste, muy triste. Y aunque me veo tentado a no expresar nada ni reaccionar, dejar "que las aguas bajen a su nivel", la conciencia no me permite hacerlo. Esto es algo que debo compartir y, al hacerlo, tengo la esperanza de que sirva de llamado a despertar algunas conciencias dormidas y reanimar algunos corazones desanimados. Ya he escrito antes sobre este tema. Pero nunca está de más repasar, y reconsiderar.
En días recientes he enfrentado un par de episodios frustrantes. Son propios de la vida pastoral, es decir, algo a lo que las pastoras y pastores debiésemos estar acostumbrados y no sentirnos "tan" afectados por ello. Pero no puedo evitar el sentimiento de tristeza. Cuando pasas años sembrando un mensaje de amor, perdón, reconciliación, compasión, y de repente te tropiezas con un corazón endurecido, al que no le importa el amor, perdón, reconciliación y compasión. Cuando cosas así suceden las pastoras y pastores nos sentimos decepcionados, tristes, y en ocasiones, hasta fracasados (y me consta por el testimonio de muchos colegas que me han compartido su sentir). El choque de pensamientos y preguntas es inevitable. ¿Dónde estaba esta persona cuando prediqué/enseñé sobre tal o cual cosa? ¿No aprendió la lección del amor y la misericordia a pesar de las decenas, no, cientos de veces que se ofrecí la lección en palabra y acción, en prédica y práctica? ¿Cómo es que se puede profesar la religión cristiana, y a la misma vez insensibilizarse y endurecerse ante las mismas personas a quien Cristo constantemente acogió? ¿Cómo se puede decir que se ama a Dios, y a la misma vez despreciar al prójimo, creado a imagen de Dios? ¿No he sido claro en la enseñanza? ¿No supe llevar el mensaje del reino de Dios? ¿Cómo alguien que disfruta de la misericordia divina es capaz de negar esa misma misericordia hacia las personas más vulnerables?
En medio de todos esas preguntas y pensamientos cargados de decepción, a mi mente vienen dos pasajes bíblicos que muy bien pueden servir de recordatorio a todas aquellas y aquellos que nos encontramos en la vocación pastoral o magisterial.
El primero de los pasajes bíblicos narra una historia de gratitud e ingratitud. Lo puedes encontrar en Lucas 17.11-19. Allí se cuenta cómo 10 hombres enfermos con una condición de la piel son curados por el poder compasivo de Jesucristo de Nazaret, y sólo uno regresa donde el Señor para expresarle su agradecimiento. El evento fue tan impactante que el propio Jesús lo acentuó: «¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera y alabara a Dios sino este extranjero?» (El hombre agradecido era samaritano, en contraste con los demás que evidentemente compartían la etnia de Jesús, 17.17-18). Uno de diez, 10%. El otro 90% recibió el beneficio y siguió su camino como si nada. Toma nota de esos números.
El segundo de los pasajes bíblicos que ocuparon mi mente es una parábola, un cuento de esos que Jesús narraba para comunicar sus enseñanzas. Tradicionalmente conocido como "la parábola del sembrador", esta narración puede ser leída en Mateo 13:1-9, Marcos 4:1-9 y Lucas 8:4-8. En la misma se describe cómo una cuarta parte de la semilla sembrada germinó y dio fruto, mientras que el resto se echó a perder de diversas formas. Tres cuartas partes, 75%, de las semillas no pudieron producir el fruto esperado. También toma nota de estas cifras.
Algo que comúnmente suele suceder en encuentros entre pastoras y pastores -indistintamente de su denominación, concilio o tradición- es la conversación numérica. "¿Cuántos miembros tiene tu iglesia?" ... "¿Cuántas personas asisten en promedio al culto?" ... "¿Es viable el sostenimiento económico de la obra donde estás?" Hace tiempo que dejé de prestarle atención a los números como indicador de "éxito" o "efectividad". Los años me han llevado a entender que la madurez espiritual y la salud congregacional tienen mayor peso que los meros números de asistencia y donaciones. Aún así, según los criterios de muchos en la vocación pastoral, 75% de pérdida de semillas, y 90% de indiferencia o ingratitud son indicadores de "fracaso". Son números muy altos y desalentadores.
No obstante, ahí es donde encontramos grandes lecciones en ambas narraciones. Por un lado, la ausencia monumental de gratitud no fue impedimento para que Jesús hiciera el bien que tenía que hacer. Sólo uno regresó, pero Jesús ayudó a los diez, y luego siguió ayudando a muchas otras personas. Por otro lado, la pérdida del 75% de las semillas no fue motivo para que el sembrador desistiera de sembrar. El sembrador salió a sembrar, como solía hacerlo cada día.
Saber que posiblemente no se verá el "fruto" (i.e. el resultado) esperado no nos debe tomar por sorpresa. Por el contrario, debemos estar conscientes de que eso sucederá. Nos encontraremos con mucha gente ingrata, y nos enfrentaremos a la frustración de grandes porciones de cosecha malograda. Sin embargo no debemos dejar que el desaliento nos detenga. Siempre habrá quien aprecie, aproveche y agradezca lo que se hace, y siempre habrá terreno fértil donde germine la semilla y se produzca buen fruto. Hay que seguir haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para sanar este mundo enfermo. Hay que seguir sembrando semillas de amor, aunque en ocasiones la cosecha sean espinas de odios y rencores. Hay que seguir sembrando. Cada día. En cada oportunidad. Hay que seguir. Hay que seguir.
En medio de los desaires y tristezas del camino, el salmista nos recuerda que
"Los que siembran con lágrimas,
cosecharán con gritos de alegría.
Aunque lloren mientras llevan el saco de semilla,
volverán cantando de alegría,
con manojos de trigo entre los brazos." (Salmo 126.5-6 DHH)
Soli Deo Gloria.
En mi vida de iglesia he entendido que la iglesia es Un hospital Chandon vamps a buscar sanacion espiritual. Albinos pacientes sanan mas rapidos que otros y otros nunca sanan, PeRo el hospital siemprenextara ahi haciendio SU trabajo y tu lo extras haciendo, pies estas obedeciendo. Tambien la iglesia es un lugar Donde siempre hay fiesta y vamos a encontrarnos con el auspiciador, productor o el artista principal o motivator de la misma, el asunto esta si en la fiesta me goce solo, si fui complacido, entonces fui un egoista. Si voy a la fiesta y no hago participe de la misma a otros solo soy un participante, asi Samos muchos, vamos a la fiesta a paerticipar, pero no actuamos a compartir de las bendiciones que hay en la fiesta, porque en nuestro corazon no hay interes de aprender, cooperar, colaborar, etc, solo de estat.
ResponderEliminarBendiciones pastor y no se desanime, usted obedecio al llamado
Dios siga cuidando SU ministerio.
Jose A Rodriguez
Gracias, José, por tus palabras. Bendiciones.
EliminarDios te abrace con su paz. Sabemos lo que es.
ResponderEliminarGracias Wilma, recibo el abrazo. Bendiciones para ti también.
EliminarTremenda reflexión. Nunca había pensado en estos pasajes de esta manera. Gracias y Bendiciones.
ResponderEliminarMe alegra que estas palabras sean de utilidad. Bendiciones.
EliminarTremenda reflexión. Nunca había pensado en estos pasajes de esta manera. Gracias y Bendiciones.
ResponderEliminardebemos estar agradecidos por la asistencia y ayuda de Dios
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