El celo de tu casa

"Estaba cerca la pascua de los judíos; y Jesús subió a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Entonces hizo un azote de cuerdas y expulsó del templo a todos, y a las ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y dijo a los que vendían palomas: «Saquen esto de aquí, y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado.» Entonces sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo de tu casa me consume.»"  (Juan 2.13-17 RVC)

No me resulta posible leer el relato de Juan 2.13-17 sin sentirme profundamente conmovido. La narración el Evangelio según Juan nos presenta a Jesús en un momento repentino de gran ira. De hecho, en el texto original los versos 14 al 16 son parte de una sola oración, dando un sentido de urgencia a lo que está pasando allí. Jesús llegó, vio y actuó, sin darle largas al asunto: no lo pensó dos veces. Su reacción fue inmediata. El uso de la fuerza física sacudió a quienes allí estaban, lo vieron con un azote en mano sacando a los vendedores y a la mercancía (los animales), tirando las monedas de intercambio y volcando las mesas. El cuadro que pinta el texto bíblico es impresionante: hay algo que altera severamente al Príncipe de Paz...

En este punto es importante hacer un recuento sobre cómo funcionaban las cosas en el templo de Jerusalén, particularmente en los tiempos que Jesús vivió. Necesitamos desencajarnos momentáneamente de nuestro concepto contemporáneo del templo e intentar ubicarnos en el contexto del judaísmo del primer siglo. Esa no es una época como la nuestra en la cual encontramos templos prácticamente en cada cuadra. El templo era uno solo y se encontraba en Jerusalén. Se tenía la expectativa de que todo judío devoto debería hacer una peregrinación, por lo menos una vez al año, para participar de los sacrificios rituales que allí se llevaban a cabo. No es de extrañar que allí hubiese animales disponibles para la venta, pues era una necesidad real de los que viajaban desde muy lejos hasta el templo y no podían traer sus propios animales. Los animales (ovejas, bueyes y palomas) eran requeridos como ofrenda quemada (Levítico 1 y 3). De igual manera, las monedas extranjeras no eran aceptadas como tributo en el templo (porque tenían grabada la imagen del emperador romano), por tanto, para ofrendar era necesario cambiar las monedas. Estas necesidades se prestaban para abusos y explotación (negocio “redondo”) de parte de los comerciantes y líderes religiosos. Algo que en principio tenía la función de facilitar las expresiones de devoción de los peregrinos, terminó convirtiéndose en fuente de lucro para unos pocos y fuente de opresión para la población que con ignorancia se sometía a las directrices que recibían.

Jesús reaccionó severamente contra la comercialización de la fe. Jesús reaccionó severamente contra el beneficio de unos pocos aprovechándose de las circunstancias de la muchedumbre. Jesús reaccionó contra la idolatría rampante que daba más énfasis a la institución religiosa que a la voluntad del Dios que se supone que servía: «no hagan de la casa de mi Padre casa de mercado» (2.16 RV95). Evidentemente la práctica de la religión se proyectaba y funcionaba como un sistema opresivo y no como una experiencia liberadora. Es precisamente esa realidad la que me conmueve al enfrentarme a esa narración bíblica en nuestro tiempo. ¿Cuál es la proyección que tiene la iglesia cristiana en nuestro contexto? ¿Cuál es la imagen que las generaciones de nuestro tiempo tienen de la iglesia cristiana aquí en los Estados Unidos? Para responder a ello es necesario “salir de la burbuja” y mirar desde afuera (o como dice un amigo, “mirar con ojos de marciano”)...

En años recientes me he dado a la tarea de intentar ver la cristiandad con “ojos de marciano”. Es decir, intentar comprender las percepciones que la gente que no es parte de ninguna iglesia tiene sobre el cristianismo, tratar de entender cómo se ve el cristianismo "desde afuera". Es un ejercicio complicado cuando toda la vida se ha vivido en el ambiente eclesial, pero no es algo imposible. En ese esfuerzo hay también otros creyentes que, con preocupaciones similares, se han dado a la tarea de investigar y auscultar este fenómeno con métodos que van desde la observación rudimentaria y entrevistas personales hasta el análisis estadístico por medio de encuestas.1  Comparto, pues, algunas de las percepciones que resaltan en estos ejercicios de investigación reflexiva. En términos generales la iglesia cristiana es percibida como una religión organizada con una agenda para lograr poder político (por cierto, los políticos lo saben y se aprovechan de eso). Otra percepción muy frecuente es que la iglesia cristiana se comporta como las grandes corporaciones con fines de lucro. Sus líderes se proyectan como los altos ejecutivos (CEO's) de las mega corporaciones y buscan el “glamour” de las estrellas de cine y televisión. Justifican sus excesos con conceptos teológicos y bíblicos tergiversados: en lugar de enseñar la mayordomía responsable de la vida como expresión de gratitud a Dios y generosidad para con el prójimo, enseñan un sistema de intercambio monetario donde mientras más dinero “siembres” (ofrendes) más dinero recibirás. En lugar de enseñar sobre las realidades de la vida, en la que el sufrimiento es real pero puede ser enfrentado con esperanza, enseñan una fe superficial y escapista donde no se sufre porque “somos hijos(as) del Rey”.2   Otra de las percepciones – quizás la más dañina – es ver a los cristianos(as) como gente hipócrita, criticona, prejuiciada y negativa. Basta con ver los carteles que exhiben algunos cristianos(as) en sus protestas contra la equidad de género... Hablamos de gracia y misericordia hasta que se tocan temas relacionados a la sexualidad: “al infierno todos esos hijos del diablo”, he escuchado decir en más de una ocasión. Hay otras percepciones que no voy a comentar ahora, los estudios realizados proveen mucha información. Tan cerca como esta semana, algunos medios reseñaban un estudio (Public Religion Research Institute) indicando que los tres grupos religiosos más numerosos en la nación son: cristianos protestantes/evangélicos, cristianos católicos, y los “desafiliados” (“nones”, gente que no profesa religión alguna, y este grupo va en aumento). Me parece que a estas alturas debemos tener ya una idea general del problema.

Jesús reaccionó severamente contra los religiosos de su tiempo, pues habían desvirtuado la casa de su Padre. Nos cuenta la narración que los discípulos, al ver lo que Jesús hizo, recordaron la escritura que dice: «el celo de tu casa me consume» (2.17). ¿Como reaccionaría Jesús al entrar en nuestros templos hoy? El celo de tu casa me consume...

Cuando hacemos un recorrido por el Evangelio según Juan nos percatamos cuan apasionante es para el Señor ese concepto de “la casa”. Bien al comienzo (1.14) leemos que «el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (lit. “puso su casa entre nosotros”). Cuando se narra el discurso de despedida en la última cena, encontramos las siguientes palabras de Jesús: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él» (14.23 RV95). Para Jesús, la casa del Padre, es lugar de encuentro, lugar de relación, lugar de intimidad, lugar de encuentro, lugar de reconciliación, lugar de amor: esa es una experiencia que nadie en su sano juicio se atrevería rechazar. Las percepciones que el mundo tiene de los cristianos(as) responden a las acciones y el testimonio que muchos(as) cristianos(as) han dado a lo largo de los siglos. Y sólo cristianos(as) comprometidos con Cristo Jesús podremos dar un testimonio diferente. En un documental fílmico (“Religulous”), el anfitrión – identificado como no/religioso – le dijo a un creyente las siguientes palabras: “gracias por comportarte como Cristo y no como los cristianos”...

¿Qué tal si dejamos que el celo de la casa del Padre nos consuma? ¿Qué tal si nos apasionamos – como Jesús – por el mensaje que liberta las vidas y no por los elementos que las oprimen? ¿Qué tal si nos enfrascamos en una experiencia de amor en la casa de nuestro Padre en lugar de pretender que el mundo adopte una religión muerta por las superficialidades? ¿Qué tal si, nos comprometemos cada día a hacer de esta (la iglesia), una comunidad de fe, esperanza, amor y testimonio? ¿Qué mejor oportunidad para repensar la fe y llevarla a la práctica al estilo de Jesús?

Soli Deo Gloria.

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NOTAS:
1 Algunas referencias que vale la pena explorar son Un-christian de David Kinnaman y Gabe Lyons, They like Jesus but not the church de Dan Kimball, e investigaciones de “The Barna Group”.

2 Claro que Dios nuestro Padre es Rey, pero eso no nos exime de tener que enfrentar las dificultades propias de la vida.

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