El "factor estrella"

Al ver lo que Pablo había hecho, la gente empezó a gritar en la lengua de Licaonia: «Dioses en forma de hombre han bajado a nosotros.»  (Hechos 14.11 DHH)

En el libro de los Hechos De Los Apóstoles (14.8-18) hay una historia muy interesante que narra la visita de Pablo y su colega Bernabé a la ciudad de Listra, una antigua ciudad en lo que hoy se conoce como Turquía.  Al igual que en otros lugares, ocurrió un milagro de curación, un hombre cojo de nacimiento recibió la bendición de poder caminar.  El evento impresionó tanto a los habitantes de aquel lugar, que identificaron a Pablo y a Bernabé con los dioses griegos Zeus y Hermes, y se disponían a rendirles adoración, según su costumbre, ofreciendo sacrificios animales.

Repasar esta narración me llevó a pensar en la facilidad con la que muchas personas entronan a líderes religiosos, colocándoles en pedestales de apreciación desmedida.  La gratitud puede llevar a la gente a rendir sus voluntades y lealtades hacia quienes son percibidos como sus benefactores(as), un sentimiento que se acentúa si se dá en la esfera de lo religioso.  Particularmente en el evangelicalismo estadounidense, latinoamericano y caribeño, estamos observando la multiplicación exponencial de una cultura de celebridades cristianas.  Basta con mirar los afiches de promoción de muchos eventos para observar que el enfoque está en el "mensajero/a" más que en el mensaje.  Se llega al punto en que, para poder escuchar/ver en vivo a algunas de estas celebridades es necesario pagar tickets que van destinados a engrosar las ya obesas fortunas que tienen.

Ser figura pública (particularmente si se es pastor/a, sacerdote, o algún otro tipo de líder religioso), usualmente conlleva el riesgo de que haya gente que considere a uno/a más allá de lo que uno/a es: un ser humano, que representa de alguna forma el mensaje divino, pero un ser humano a fin de cuentas. G. Lloyd Rediger se refiere a esto como el factor estrella ("the star factor") inherente en la labor del clero.  Explica Rediger que "ninguna otra profesión le ofrece al individuo la responsabilidad de pararse, al menos semanalmente, frente a una audiencia e interpretar a Dios, la vida, y la moralidad para ellos/as".   Los miembros del clero debemos ser muy cuidadosos/as y estar conscientes del factor estrella, a mi entender, por varias razones.  En primer lugar, la adulación de la audiencia puede servir de combustible que alimente el insaciable apetito del egocentrismo, y quien tiene más alto concepto de sí del que debe tener, termina por convertirse en una persona arrogante incapaz de relacionarse saludablemente con las demás. En segundo lugar, la influencia del factor estrella ha sido terreno fértil para abusos de poder y explotación de la feligresía, o, para seguir la metáfora de la farándula, "los/as fans".  (Rediger específicamente explora cómo el factor estrella ha contribuido a la proliferación de acoso y abuso sexual en el clero, en su libro Ministry & Sexuality, 1990, Minneapolis: Fortress Press). Finalmente, -y lo más importante-, nuestra vocación ministerial consiste en ayudar a las personas a encontrarse con Jesucristo, y continuar el camino del discipulado cristiano.  Otra vez, nuestro enfoque siempre debe estar en el mensaje no en el "mensajero/a."

Cuenta la narración bíblica que, cuando Pablo y Bernabé vieron la reacción de la gente se rasgaron la ropa (gesto antiguo para indicar horror ante un acto sacrílego) y corriendo entre la gente gritaban: «Pero señores, ¿por qué hacen esto? Nosotros somos hombres, como ustedes.  Precísamente hemos venido para anunciarles la buena noticia, para que dejen ya estas cosas que no sirven para nada, y que se vuelvan al Dios viviente...» (vv. 14-15).

Por ello le extiendo un recordatorio al clero y al liderato religioso cristiano, así como a la feligresía en general: Somos seres humanos, estamos en el mismo bote, lo que corre por nuestras venas y arterias es sangre, como el resto de la gente.  No estamos exentos/as de errar, de equivocarnos, y de lastimar a otros/as queriendo o sin quererlo.  Tenemos virtudes y tenemos vicios como cualquier persona.  No estamos para enseñorearnos sobre la feligresía, sino para guiarles y acompañarles en el camino de la fe.  Debemos cada día tener conciencia de nuestra propia fragilidad para poder ayudar y apoyar a los/as demás con un espíritu de humildad y empatía.  Desde la tradición del protestantismo afirmamos el sacerdocio universal de todos los creyentes.  Siempre habrá gente que insista en treparnos en los pedestales del faranduleo religioso y el culto a la celebridad (Hechos 14.18), pero nos corresponde, como Pablo y Bernabé, seguir insistiendo en la centralidad del Evangelio, la buena noticia de la gracia divina para todos/as.  Y si alguna vez hemos resbalado en el peligroso precipicio de la egolatría, necesitamos regresar al camino del discipulado sencillo, simple, compasivo, desprendido, al estilo de Jesús de Nazaret.  Bien lo expresó el salmista, con unas palabras que debiésemos hacer nuestras cada día:
No somos nosotros, Señor,
no somos nosotros dignos de nada.
¡Es tu nombre el que merece la gloria
por tu misericordia y tu verdad! (Salmo 115.1 RVC)
Soli Deo Gloria.



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