Yo te necesito
Yo
no te necesito
Antes de
continuar leyendo esta reflexión, te invito a que tomes unos
momentos para leer con detenimiento el pasaje bíblico de 1 Corintios 12.12-27.
Por lo que se
desprende de las dos cartas a la Iglesia en Corinto, según las
encontramos en el Nuevo Testamento, podemos observar que aquella
congregación cristiana del Siglo I era una congregación
fragmentada. Se encontraba dividida por diversas razones, entre las
cuales comento algunas a continuación.
Había
divisiones por etnia / nacionalidad, esencialmente
entre judíos y los no-judíos, llamados “gentiles” en las
traducciones clásicas. Aquellos miembros que tenían raíces judías
se proyectaban como superiores a los demás, fundamentados en la
antigua teología de “pueblo escogido”, un entendimiento de que
Dios privilegia a Israel sobre todas las demás naciones. Había
divisiones por clase social, algo que se hacía
evidente hasta en la participación de la comunión. Imagínate, algo
tan sublime como el participar de la Mesa del Señor se convertía en
oportunidad para acentuar las diferencias entre ricos y pobres, entre
quienes por tener ventaja económica menoscababan la dignidad de los
menos pudientes. Había, además, divisiones por razones de dones
/ funciones, es decir, en la práctica establecieron ciertas
jerarquías de superioridad por causa de los carismas espirituales de
cada cual tuviese. Para completar el cuadro de fragmentación de la
Iglesia, había también divisiones por preferencias de estilos de
liderazgo, unos y otros se “alineaban” de acuerdo al sentido de
pertenencia y afinidad que tuviesen con diversos líderes (presentes
o previos). Habría mucho más que comentar sobre la situación de
la Iglesia de Corinto, no obstante, estas cuatro áreas son una
muestra sustancial del serio problema que se enfrentaba: una
congregación fragmentada, una iglesia dividida.
En su carta,
el apóstol Pablo atiende el problema de la fragmentación de la
Iglesia, recurriendo a la metáfora del cuerpo para acentuar la
necesidad de una verdadera unidad enriquecida por la diversidad. En
este espacio no voy a detallar todos los detalles de la enseñanza
apostólica de la «iglesia como cuerpo de Cristo». Simplemente
quiero señalar que Pablo es bastante enfático al establecer el
valor que cada
miembro del cuerpo tiene. «Así
como el cuerpo es uno solo, y tiene muchos miembros, pero todos
ellos, siendo muchos, conforman un solo cuerpo, así también Cristo
es uno solo»
(12.12). Muchas personas ven la diversidad como un mal, cuando en
realidad la diversidad, bien comprendida, es una bendición: parte
integral del diseño divino de la vida.
En
su argumentación utilizando la imagen del cuerpo para describir la
naturaleza de la iglesia, el apóstol enfoca dos grandes ideas
equivocadas. Algunos miembros del cuerpo (la iglesia) no se sentían
parte de ella: «no
soy del cuerpo»,
decían. No tenían un sentido de pertenencia, un envolvimiento
genuino, una participación comprometida en el proyecto de la iglesia
(el cuerpo). Otros miembros del cuerpo (la iglesia) tenían un
concepto diametralmente opuesto, pero igualmente dañino: «no
te necesito»,
decían. Su sentido de orgullo les llevaba a menospreciar a los
demás y menoscabar su importancia. Consideraban a otros miembros
como irrelevantes: de ellos se puede prescindir. Ambas ideas,
grabadas en la mente y el corazón de los miembros de la iglesia,
conducen a un mismo resultado: el desmembramiento del cuerpo, un
cuerpo incompleto, un cuerpo limitado, un cuerpo carente de
integridad.
Luego
de tantos siglos seguimos observando manifestaciones del mismo mal en
diversas expresiones de la iglesia (a nivel nacional, regional y
local). Hay quienes por no sentirse parte del cuerpo, no se
involucran, no participan, no asumen el papel que les corresponde
privando al cuerpo en pleno de lo mucho que pueden aportar a la
comunidad de fe: «no
soy del cuerpo»,
piensan. Hay quienes, por el contrario, se consideran tan
importantes que genuinamente piensan que pueden prescindir de otros
miembros del cuerpo en la vivencia eclesial: mantienen una actitud de
«no te necesito»,
demostrada en palabras y acciones. El resultado final de ambos tipos
de pensamiento y comportamiento es el mismo: un cuerpo debilitado, un
cuerpo fragmentado, incapaz de cumplir la vocación a la que fue
llamado.
De
cara al contexto histórico que estamos viviendo a nivel nacional,
regional y local, la enseñanza apostólica en Las Escrituras se hace
cada vez más necesaria. Es indispensable que dejemos atrás la idea
generalizada de que la Iglesia es un lugar geográfico: la Iglesia no
es un edificio, la Iglesia somos todos
nosotros(as).
Hay mucha historia que escribir, hay un gran trecho que recorrer,
hay misión que realizar. El Señor nos ha llamado a ser Iglesia,
cuerpo de Cristo aquí en la ciudad de Miami, Florida. Para lograr
todo lo que el Señor espera de nosotros(as) es importante que
sustituyamos las grandes ideas equivocadas que tenían los miembros
de la Iglesia del Siglo I en Corinto y que la llevó a su eventual
desaparición. Cada miembro del cuerpo es importante. En lugar de
pensar «no soy
del cuerpo»,
cada uno(a) de nosotros debe pensar «yo
soy del cuerpo».
En lugar de pensar «no
te necesito»,
debemos pensar «yo
te necesito».
«De
manera que, si uno de los miembros padece, todos los miembros se
conduelen, y si uno de los miembros recibe honores, todos los
miembros se regocijan con él. Ahora bien, ustedes son el cuerpo de
Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función
particular.» (12.26-27)
Veremos
el fruto de esta cosecha. Sembremos la buena semilla. Sigamos
adelante compartiendo la buena noticia de la gracia de Jesucristo.
Seamos una comunidad de fe,
esperanza,
testimonio
y amor.
Cada día recuerda, actúa, y repite el mensaje: «yo soy del
cuerpo», y «yo te necesito». La Iglesia crecerá y se desarrollará
como cuerpo de Cristo, llevando a cabo fielmente su misión:
“la proclamación del evangelio para la salvación de la humanidad;
el amparo, la educación, y la confraternidad espiritual de las
criaturas de Dios;
el mantenimiento de la adoración divina;
la preservación de la verdad;
la promoción de la justicia social; y
la manifestación del reino de los cielos al mundo.”
Soli Deo Gloria.
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