No es perfecta, pero es nuestra «madre»

Es inevitable durante esta semana no toparnos a cada momento con el tema de la maternidad.  Al igual que con otras festividades, el comercio saca provecho de la oportunidad para aumentar sus ventas bajo la consigna del “Día de las madres”.  Poniendo a un lado el consumismo en el que se sumerge nuestra sociedad, es propio reconocer a aquellas que han sido instrumento del Altísimo para traernos a este mundo. A mi madre mi gratitud cada día por haber dado la vida para ayudarme a ser quien soy.

Ahora bien, durante estos días también he estado repasando escritos de Juan Calvino, reformador francés del Siglo XVI, y de quien la Iglesia Presbiteriana (EUA) deriva mucho de su DNA.  Recientemente he estado leyendo sus enseñanzas sobre la disciplina de la oración, así como su entendimiento sobre Las Escrituras.  Habiendo pues, desempolvado la Institución de la Religión Cristiana de mi biblioteca, me he topado con una metáfora de Calvino sobre la Iglesia: «Madre de todos los fieles».  Al respecto Calvino comenta que “no es lícito a nadie separar lo que Dios unió; a saber, que la Iglesia sea la madre de todos aquellos de quienes Dios es Padre” (Institución, IV-I-1).

En años recientes he observado cómo la imagen pública de la Iglesia cristiana (en general) anda por el suelo, y con toda razón.  Como colectivo, la Iglesia (en sus múltiples expresiones denominacionales), ha sido partícipe de sendas atrocidades, ha sido cómplice con su silencio ante injusticias, ha verbalizado y vociferado posturas que reflejan más los prejuicios humanos que la compasión de Jesucristo, se ha dejado arrastrar por el materialismo rampante y ha rayado en casos de corrupción.  Todas estas circunstancias, a pesar de no representar el sentir y las acciones de la mayoría del pueblo cristiano, ciertamente son lamentables, y se suman a los grandes desvaríos de la Iglesia através de los siglos.  No obstante, coincido con Calvino en llamarle «madre».  Reconozco y acepto que no es "perfecta", pero es nuestra madre.  Yo no sabría sobre la gracia de Jesucristo, si no fuera porque lo aprendí de nuestra «madre», la Iglesia.  No tendría idea de lo que es el amor de Dios, si no me lo hubiese enseñado y demostrado nuestra «madre» Iglesia.  No creería ni confiaría en la comunión y la dirección del Espíritu Santo, si no lo hubiese visto manifestado a través de nuestra «madre» Iglesia.  Por eso no la dejo ni la dejaré.  Continuaré trabajando y luchando para aprender de las buenas y malas experiencias.  Seguiré insistiendo en su reforma constante, en que no se duerma celebrando sus glorias ni se paralice lamentando sus errores.  Persistiré en ayudarle a enfocarse en representar dignamente el amor del Señor para todas las personas.  No es "perfecta", pero es nuestra «madre» y junto a ella somos llamados a anunciar en palabras y acciones las buenas noticias del reino de Dios.  

¡Feliz día, Mamá!

Comentarios

  1. Gracias por esa linda reflexion. Hace una semana mi hijo fue confirmado en la fe en Chicago y yo no estuve presente, pero le escribi una carta en la que le decia esas palabras: que estaba abrazando a la Iglesia como madre (y siendo abrazado por ella). Sigue escribiendo para edificar al pueblo de Dios.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La vasija se echó a perder

Todo lo que respira

Parábola de los pescadores