Tuvo compasión... lo tocó con la mano


«Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: --Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús tuvo compasión de él; lo tocó con la mano y dijo: --Quiero. ¡Queda limpio!» (Marcos 1:40-41 DHH)

En el mundo de La Biblia la lepra era considerada como algo impuro (véase Levítico 13 y 14).  La persona con lepra (que era como se identificaba prácticamente a cualquier enfermedad de la piel) era vista como alguien bajo el juicio o castigo divino (como se infiere de los múltiples diálogos en el libro de Job).  Los enfermos de lepra eran sometidos al rechazo social y, en muchas ocasiones, a la humillación de tener que anunciar su presencia con campanas, para que las demás personas pudiesen evitarlos.  Eran pues, privados del contacto aún de sus seres queridos pues se entendía que quien tocase a un enfermo de lepra quedaba también “impuro” o “inmundo”.  ¡Cuán trágica la vida de alguien que se vea privado de recibir un abrazo o una caricia!  ¡Cuán lamentable la condición de quien no se puede recostar en el hombro de un ser querido ni siquiera para llorar sus penas!

Los Evangelios, los libros del Nuevo Testamento que dan testimonio de las palabras y acciones de Jesucristo, contienen varios relatos que informan del trato del Señor hacia las personas identificadas como “leprosas”.  De ellos quiero enfocar el relato de Marcos 1.40-41 (y versiones paralelas).  Lo que llama mi atención en este caso es que se indica que Jesús hizo lo impensable, hizo lo que nadie en su “sano juicio” haría, lo que a una persona “respetable” no se le ocurriría: tocar al enfermo con la mano.  Las normas socioreligiosas de su tiempo no fueron impedimento para que Jesús estuviera en contacto con aquel hombre.  Lejos de tratarle como “leproso”, lejos de huir de él o de ser indiferente, Jesús lo trató con dignidad humana.  No lo juzgó ni lo humilló por su condición, sino que tuvo compasión de él...

En nuestro tiempo ya no tememos tanto las enfermedades de la piel como en los tiempos de Jesús.  Ya no le llamamos “lepra” a toda condición dermatológica.  La ciencia médica nos ha brindado mucha y acertada información para lidiar con dichas enfermedades.  Incluso en términos generales hemos superado la propensión a pensar que todo enfermo de la piel tiene “lepra” y está recibiendo un “castigo divino”.  Sin embargo, a finales del Siglo XX y principios del Siglo XXI actuamos hacia las personas con VIH/SIDA como los antiguos actuaban en relación a las personas con condiciones de la piel.  Bien podemos afirmar que el VIH/SIDA es la lepra de nuestro tiempo.  No hace mucho escuché a un pastor predicar que “el SIDA es el castigo de Dios para quienes no siguen sus normas y preceptos morales”.  Lo que es peor, hay quienes sin proclamarlo abiertamente, sostienen esa misma creencia.  Las miradas cruzadas y las cejas levantadas cuando se informa de alguien que haya contraído VIH/SIDA son señal certera de los prejuicios que llevamos dentro, particularmente si se trata de personas de la comunidad LGBT.  La condena no se hace esperar, y aplicamos sin vacilar las etiquetas de “inmoral”, “pervertido”, “pecador” y otras tantas que se nos ocurren y que no voy a enumerar aquí.

Hacerse llamar “cristiano” o “cristiana” implica que se vive según las enseñanzas y el ejemplo de «Cristo».  Jesucristo no tuvo el menor reparo en actuar contrario a lo que dictaban las tradiciones de su sociedad, particularmente las tradiciones y pautas que los religiosos de su tiempo defendían como si fueran preceptos divinos.  Mientras los “leprosos” eran marginados y excluidos del contacto social, Jesucristo les tenía compasión y les brindó lo que otros le negaban, un trato digno y compasivo.  Hoy (1ro de diciembre), en ocasión de la celebración del «Día mundial de la lucha contra el SIDA», el ejemplo de Jesucristo nos confronta con nuestras incongruencias: llamándonos “cristianos” no actuamos como «Cristo».  ¿Qué tal si nos atrevemos a seguir su ejemplo de compasión y bondad? ¿Qué tal si actuamos como él lo hizo?  ¿Qué tal si echamos de lado nuestros prejuicios y conjeturas y aprendemos a ser solidarios con el dolor ajeno?  Hoy somos llamados a ser “la mano” de Jesús.  De eso se trata la compasión...


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