Piensen en ello


“Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello. Lo que ustedes aprendieron y recibieron de mí; lo que de mí vieron y oyeron, pónganlo por obra, y el Dios de paz estará con ustedes.”
 (Filipenses 4:8-9, RVC)

Durante los pasados años mi relación con los bienes materiales ha estado cambiando como resultado combinado de la pandemia, la muerte de mi papá, y un importante ajuste vocacional que extiende mi zona geográfica a todo el Caribe. El estilo de vida conocido como minimalismo no es una meta, es un camino, es un proceso en el que se aprende a eliminar el exceso de cosas que no son necesarias y que a la larga se convierten en estorbo para aquello que sí es importante e indispensable. Se trata de una jornada de resistencia contra la cultura del consumismo que colma todos nuestros sentidos en la presente sociedad.

En este caminar he descartado muchísimas de las posesiones que había acumulado a través de los años, sustituyendo “cantidad” por “calidad” y aprendiendo a tener contentamiento —un valor que contrasta con el entendimiento de “tanto tienes, tanto vales” y que también contrasta con eso de “más es mejor”. A estas alturas de mi experiencia con el minimalismo, puedo decir con certeza que no extraño nada de lo que he donado o descartado. Literalmente mi carga se ha aligerado.

Ahora bien, el minimalismo no solo trata sobre el tema de lo material. Nuestra vida no solo se llena de cosas físicas, sino que también se satura de cargas espirituales y emocionales. Estas cosas se convierten en un lastre que estorba nuestro sentido de alegría, bienestar y paz.

De la misma manera que aprendemos a cernir y descartar posesiones materiales que se acumulan en nuestras casas, así también debemos cernir aquello que ocupa nuestra mente. No es un secreto que los pensamientos que albergamos afectan nuestro ánimo y también influyen nuestra conducta. Por eso es menester que aprendamos a seleccionar cuidadosamente los pensamientos que reciben nuestra atención. Este ejercicio requiere intencionalidad y constancia —no es algo que se lleva a cabo una sola vez y ya. 

Cuando se reducen posesiones y se organiza la casa, es indispensable formar los hábitos necesarios para mantenerla recogida, despejada y limpia. De lo contrario, volveremos a llenar nuestro espacio de compras innecesarias, acumulando polvo y generando incomodidad y ansiedad. Lo mismo sucede con la mente. Eliminar pensamientos dañinos y agobiantes requiere mantenimiento continuo. Se trata de cerrar el espacio a lo que no aprovecha ni construye, y crear el espacio para lo que enseña, inspira y anima.

“Piensen en ello”, escribió el apóstol Pablo. Descartemos la queja constante para dar lugar a la alabanza. Sustituyamos la crítica malsana por la gratitud. Entrenemos la mente para identificar destellos de bendición aún en los días tormentosos y complicados. Eso positivo que pensemos, llevémoslo también a la acción, y como consecuencia de dicho hábito, experimentaremos la paz divina en nuestro ser.

Lo que no se practica, se pierde. La formación de un hábito requiere repetición. ¿Qué tal si creamos el hábito de comenzar el día identificando y nombrando tres razones por las cuáles sentimos alegría y gratitud? Algo tan sencillo como eso puede sentar las bases de nuestro ánimo para el resto del día. Nuevamente, “piensen en ello… y el Dios de paz estará con ustedes.”

Soli Deo Gloria.


(Pentecostés 20 / Tiempo ordinario 28 / Propio 23, Ciclo A)

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