Palabras al viento

Al momento de escribir estas líneas, llevo poco más de veinte años de labor pastoral consecutiva. A veces siento como si mi ordenación al ministerio de La Palabra y los Sacramentos hubiese sido "el otro día".  Pero entonces me detengo y miro hacia atrás el camino recorrido.  Es ahí cuando caigo en cuenta de que no fue "el otro día".  Fue hace muchos días... y "cuánto ha llovido desde entonces" --diríamos en mi barrio.  Ha llovido mucho.  Han sido muchas experiencias, las buenas, las malas y las peores.  A veces me encuentro con personas que me comentan cuánto bien les hizo algo que les dije X años atrás.  Mi mente se queda en blanco pensando "eso suena a mí", pero me cuesta recordar. Han sido tantas las conversaciones, los consejos, los sermones, las clases, las conferencias... y a penas ando por la mitad de mi carrera ministerial.

A través de los años he visto vidas animadas por las palabras que escuchan.  Pero también he visto gente frustrarse y desanimarse en gran manera por algún breve comentario insensato e imprudente.

Hay quienes dicen que "las palabras se las lleva el viento" en el sentido de que no tienen consecuencia alguna.  Y la experiencia me ha enseñado que eso no siempre es así.  Hay palabras que ---aun "llevadas por el viento"--- caen como semilla en tierra fértil y luego germinan produciendo buen fruto.  Hay palabras que dejan profundas huellas en el corazón de quien las escucha.  Las palabras tienen un poder mucho mayor del que estamos dispuestos a reconocerle.  Por eso es imprescindible que seamos muy cuidadosos con las palabras que pronunciamos (o escribimos).

«Hablen entre ustedes...» ---dice el apóstol--- «con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor en el corazón, y den siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5.19-20).  Desde pequeño, cuando leía ese pasaje bíblico, sentía gran curiosidad por el mismo.  Me imaginaba a la gente citando estrofas de los himnos tradicionales para decirse cosas...  Me parecía una idea absurda. ¿Cómo se puede tener una conversación "normal" ---del diario vivir--- con salmos, himnos y cánticos espirituales?  Luego entendí. (Para eso sirven los años y la experiencia, para entender.)  No se trata de que adoptemos un lenguaje poético como el que encontramos en muchos textos de la Escritura Sagrada.  Tampoco se trata de que cambiemos nuestro lenguaje cotidiano por uno rebuscado y lleno de frases religiosas ---esas son superficialidades en las que, desafortunadamente, caen muchos cristianos(as).

Hay dos ideas que actualmente vienen a mi mente al releer el consejo del apóstol. "Hablen entre ustedes" ---viene a ser un recordatorio a mantener la comunicación abierta.  El vacío de comunicación casi siempre viene a llenarse con suposiciones y especulaciones que tienden a ser dañinas en cualquier relación. "Con salmos, himnos y cánticos espirituales" ---me hace pensar en la calidad de la comunicación. ¿Es el contenido de nuestras conversaciones algo que inspira y promueve la armonía? ¿Es algo que alienta y motiva al oyente?

Nuestras palabras tienen el poder de animar o desanimar, tienen la capacidad de edificar o destruir, dejan huellas o dejan cicatrices. No se las lleva el viento de la irrelevancia. Son y serán como la semilla que cae en el terreno. El detalle consiste en qué tipo de semillas contienen nuestras palabras, ¿las que producen espinos y malas yerbas, o las que producen fruto que alimenta y agrada?  «Los días son malos», dice el mismo apóstol (5.16). La gente no necesita más semilla de palabras dañinas. Seamos la diferencia. Que nuestro hablar sea producto de vidas que agradecen la bondad del Señor.

Soli Deo Gloria.

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