Y Jesús lloró
Tener que luchar con la depresión y ansiedad no es un chiste. Ese el tipo de "enfermedad que no se ve". Esa que cuando dices "hoy me siento mal", alguien te mira y te contesta "pero si tú te ves de lo más bien". Entonces tratan de hacerte algún chiste "para que te alegres", como si eso fuese algo liviano y pasajero. Recuerdo que en la iglesia de mi niñez con frecuencia se cantaba una melodía que dice "No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo, no puede estar triste un corazón que tiene a Dios". Esta era una melodía pegajosa con tempo movido. Me parece que quien la compuso lo hizo con la mejor de las intenciones. Pero lamentablemente el mensaje de dicha canción está equivocado. Una depresión no es algo que se esfuma cantando "coritos alegres". No se debe tomar a la ligera ni mucho menos aplicarle la errada idea de que es el resultado de una "falta de fe". Se trata de una condición que, en algunos casos, llega por temporadas y luego se vá como llegó. En otros casos tiene un carácter más longevo. Pero de todas maneras, hay que aprender a vivir con ella. Requiere medicamentos cuando tiene sus raíces en la bioquímica del cuerpo. También las terapias con un(a) profesional de la salud mental son necesarias y beneficiosas para la persona que se enfrenta a esta condición. Creo firmemente que recursos como estos (medicamentos y terapias) son una bendición de la providencia divina. Por eso reitero mi más profundo respeto, admiración y sentido de gratitud a las personas que dedican su vida a ayudar a otros en el campo del cuidado de la salud emocional.
Ahora bien, hay quienes confunden la depresión con tristeza. Hay quienes dicen "estoy deprimido" cuando lo que en verdad les ocurre es que están tristes. La tristeza es un sentimiento, una reacción anímica natural ante una circunstancia dolorosa e inesperada. Cuando perdemos un ser querido nos entristecemos. Cuando algo que anhelábamos no ocurrió, o quizás ocurrió de manera distinta, nos entristecemos. Cuando recibimos una mala noticia, nos entristecemos. Cuando vemos sufrir a alguien que amamos, nos entristecemos. Cuando quisiéramos hacer algo más por otra persona y nos vemos limitados, nos entristecemos. La tristeza, aunque no sea una condición clínica que requiera tratamiento a largo plazo, también necesita ser atendida y canalizada. Ignorar u ocultar la tristeza sólo sirve para que nos azote con más fuerza más adelante. ¿Qué hacer, entonces, cuando llega la tristeza (que, por cierto, suele venir sin invitación)?
Como ministro y pastor de una Iglesia, con frecuencia digo a mi feligresía que, para el cristiano(a), el modelo de vida por excelencia es Jesucristo. No el “Cristo” de la “Super fe” o del “evangelio de la prosperidad” que se predica en muchas partes, desconectado de la realidad de la vida cotidiana. Sino Jesús, el Cristo, el que es testificado en las páginas de los Evangelios de las Escrituras Sagradas. Uno de los testimonios más hermosos sobre ese Jesús lo encontramos en el Evangelio Según Juan, específicamente en la narración sobre la muerte y resurrección de Lázaro (Capítulo 11). Son innumerables los sermones y reflexiones sobre este pasaje bíblico. De allí vienen las sublimes palabras del Señor diciendo «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (11.25). Allí también encontraremos las poderosas palabras «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (11.40). Estas son palabras que calan en lo profundo del ser, afirmando un mensaje de esperanza que trasciende tiempo y espacio. Sin embargo, la expresión que más me impacta cada vez que leo o repaso el texto bíblico es lo que se informa en la narración luego de Jesús ver la sepultura de su amigo: «Y Jesús lloró» (11.35).
El llanto es un mecanismo natural con el cual hemos sido divinamente dotados para canalizar las poderosas emociones de tristeza que no podemos expresar con palabras. “Y Jesús lloró" nos recuerda que ante el duro golpe de la tristeza nosotros(as) también podemos llorar. El llanto es lenguaje del alma. El llanto es comunicación. El llanto ayuda a liberar una fuerza que no debemos pretender encerrar. ¿Cuántas veces has pedido perdón cuando al no poder controlar las lágrimas frente a otras personas? Lo cierto es que no hay nada que perdonar. Al contrario, lo saludable es desechar la programación social que nos enseña que “la gente fuerte no llora, eso es cosa de débiles”. Jesús lloró... y lo hizo en público, así como también lloró en privado en otros momentos. La represión del llanto no nos ayuda, al contrario, se convierte en una toxina que poco a poco va envenenando nuestro ser. Jesús lloró... y su llanto se une al tuyo y al mío, como bálsamo solidario y consolador.
Soli Deo Gloria.
Ahora bien, hay quienes confunden la depresión con tristeza. Hay quienes dicen "estoy deprimido" cuando lo que en verdad les ocurre es que están tristes. La tristeza es un sentimiento, una reacción anímica natural ante una circunstancia dolorosa e inesperada. Cuando perdemos un ser querido nos entristecemos. Cuando algo que anhelábamos no ocurrió, o quizás ocurrió de manera distinta, nos entristecemos. Cuando recibimos una mala noticia, nos entristecemos. Cuando vemos sufrir a alguien que amamos, nos entristecemos. Cuando quisiéramos hacer algo más por otra persona y nos vemos limitados, nos entristecemos. La tristeza, aunque no sea una condición clínica que requiera tratamiento a largo plazo, también necesita ser atendida y canalizada. Ignorar u ocultar la tristeza sólo sirve para que nos azote con más fuerza más adelante. ¿Qué hacer, entonces, cuando llega la tristeza (que, por cierto, suele venir sin invitación)?
Como ministro y pastor de una Iglesia, con frecuencia digo a mi feligresía que, para el cristiano(a), el modelo de vida por excelencia es Jesucristo. No el “Cristo” de la “Super fe” o del “evangelio de la prosperidad” que se predica en muchas partes, desconectado de la realidad de la vida cotidiana. Sino Jesús, el Cristo, el que es testificado en las páginas de los Evangelios de las Escrituras Sagradas. Uno de los testimonios más hermosos sobre ese Jesús lo encontramos en el Evangelio Según Juan, específicamente en la narración sobre la muerte y resurrección de Lázaro (Capítulo 11). Son innumerables los sermones y reflexiones sobre este pasaje bíblico. De allí vienen las sublimes palabras del Señor diciendo «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (11.25). Allí también encontraremos las poderosas palabras «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (11.40). Estas son palabras que calan en lo profundo del ser, afirmando un mensaje de esperanza que trasciende tiempo y espacio. Sin embargo, la expresión que más me impacta cada vez que leo o repaso el texto bíblico es lo que se informa en la narración luego de Jesús ver la sepultura de su amigo: «Y Jesús lloró» (11.35).
El llanto es un mecanismo natural con el cual hemos sido divinamente dotados para canalizar las poderosas emociones de tristeza que no podemos expresar con palabras. “Y Jesús lloró" nos recuerda que ante el duro golpe de la tristeza nosotros(as) también podemos llorar. El llanto es lenguaje del alma. El llanto es comunicación. El llanto ayuda a liberar una fuerza que no debemos pretender encerrar. ¿Cuántas veces has pedido perdón cuando al no poder controlar las lágrimas frente a otras personas? Lo cierto es que no hay nada que perdonar. Al contrario, lo saludable es desechar la programación social que nos enseña que “la gente fuerte no llora, eso es cosa de débiles”. Jesús lloró... y lo hizo en público, así como también lloró en privado en otros momentos. La represión del llanto no nos ayuda, al contrario, se convierte en una toxina que poco a poco va envenenando nuestro ser. Jesús lloró... y su llanto se une al tuyo y al mío, como bálsamo solidario y consolador.
Soli Deo Gloria.
Comentarios
Publicar un comentario