Cristiandad decreciente
Recientemente se ha estado reseñando en diversos medios la manera en que la fe cristiana ha ido decreciendo en la nación. Las investigaciones estadísticas evidencian que el número de personas identificadas como cristianas va disminuyendo considerablemente mientras que las personas que se identifican como no-religiosas (en inglés: “nones”) van en aumento. Algunos hermanos(as) cristianos responsabilizan de esa situación a quienes practican otras religiones. Otros hermanos(as) muy bien intencionados, pero muy equivocados, culpan a la ciencia y la tecnología. Otros se alarman porque durante muchos siglos la promoción del cristianismo recayó en los hombros de los gobiernos, las escuelas y otras instituciones civiles, y ya no es así. Con toda franqueza tengo que orientarles e indicarles que la iglesia cristiana no puede pretender ni esperar que las instituciones civiles y gubernamentales sean las que promuevan la fe cristiana mediante legislación. Desde los tiempos del emperador Constantino la iglesia se recostó y delegó la propagación del cristianismo en los poderes estatales, muchas veces por imposición y por la fuerza. El tiempo de la cristiandad Constantina ya pasó. Es hora de que abramos los ojos y reconozcamos la realidad contemporánea y dejemos de encerrarnos en las ilusiones de un contexto que ya no existe. Estamos en el Siglo 21, y la legitimidad de la iglesia y su relevancia – en ocasiones con mucha razón – está en duda.
Ahora bien: no es tiempo de desanimarnos. Tampoco es tiempo de entrar en el juego de buscar culpables. Mucho menos es tiempo de convertirnos en religiosos perseguidores que acosen a quienes tengan distinta fe o a quienes no profesen fe alguna. La experiencia del apóstol Pablo tiene mucho que enseñarnos hoy, de cara a los tiempos que nos han tocado vivir. Cuando Pablo vio su legitimidad cuestionada y se enfrentó a circunstancias muy adversas a su apostolado, su respuesta no fue otra que el testimonio de lo que la gracia de Dios había hecho por él (véase Gálatas 1.11-24). Pablo hizo lo que a todo(a) creyente en Cristo le corresponde hacer: contar la historia de lo que la gracia del Señor hace en su vida. Hermano(a), ¿cuál es tu historia? ¿cuál es tu testimonio? ¿Qué es lo que el amor de Dios hace por ti? ¿Cuál es tu experiencia? ¿Por qué amas a Jesucristo y te animas a seguirle? Es eso lo que debes contar.
[Extracto del mensaje «Cristiandad decreciente». Para ver el vídeo pulse este enlace.]
Ahora bien: no es tiempo de desanimarnos. Tampoco es tiempo de entrar en el juego de buscar culpables. Mucho menos es tiempo de convertirnos en religiosos perseguidores que acosen a quienes tengan distinta fe o a quienes no profesen fe alguna. La experiencia del apóstol Pablo tiene mucho que enseñarnos hoy, de cara a los tiempos que nos han tocado vivir. Cuando Pablo vio su legitimidad cuestionada y se enfrentó a circunstancias muy adversas a su apostolado, su respuesta no fue otra que el testimonio de lo que la gracia de Dios había hecho por él (véase Gálatas 1.11-24). Pablo hizo lo que a todo(a) creyente en Cristo le corresponde hacer: contar la historia de lo que la gracia del Señor hace en su vida. Hermano(a), ¿cuál es tu historia? ¿cuál es tu testimonio? ¿Qué es lo que el amor de Dios hace por ti? ¿Cuál es tu experiencia? ¿Por qué amas a Jesucristo y te animas a seguirle? Es eso lo que debes contar.
[Extracto del mensaje «Cristiandad decreciente». Para ver el vídeo pulse este enlace.]
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